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domingo, 27 de noviembre de 2011

El Verdugo, la Víctima y el Salvador - publicado el 27 de noviembre de 2011

El verdugo, la víctima y el salvador

En cualquier ámbito de nuestras vidas, existen un trío de posturas o actitudes, que por naturaleza humana, nos empeñamos en actuar. Me refiero al rol de víctima, verdugo y salvador o vengador. Tanto en el trabajo, en el hogar, entre los amigos, de padres a hijos y viceversa, etc. esta triada de roles tiende a aparecer y a engancharnos, como si de una irresistible obra de teatro se tratara.
Una de las características de este conjunto de roles, es que tiende a mutar y por ende a transformarse: aquel que solía ser víctima, se convierte eventualmente en verdugo y más tarde, según las circunstancias se lo dicten, puede tomar la forma del salvador. Este orden no es necesariamente rígido. Desde cualquiera de los tres, la tendencia es a transformarse en otro, pero sin salir de ahí, lo que genera la mayoría de los dramas que escogemos manifestar en nuestra existencia.

El papel de víctima es sin duda el más común de los tres. Es muy fácil que cuando nos toca vivir una situación que no nos gusta, nos sintamos “víctimas de las circunstancias”, o de nuestros padres, o de la pareja o de los hijos, o de quien sea que le responsabilicemos del estado en el que nos encontramos. Siempre será lo más cómodo y nos libera de la responsabilidad de que nosotros mismos hemos propiciado o atraído aquello que ahora sufrimos. Desafortunadamente este estado crea una poderosa adicción, que es fomentada por las otras personas que están en nuestro entorno. “Pobretear” a alguien, es de las actitudes que tienden a perpetuar ese estado de victimización. Por ejemplo: “Pobrecita, que mal te fue con ese hombre”, “pobre de fulanito, ya se quedó sin trabajo”, “pobre de mí, soy tan desdichado”, etc. Fácilmente olvidamos el enorme poder que tienen nuestros decretos hablados.
Este papel tan común, también tiende a subsistir cuando la “víctima” recibe una retribución emocional gracias a él. Un caso sería, si así recibe más atención sobre su persona que antes no tenía, o tal vez si esa postura lo exime de hacer algo que tiene que realizar. El ser víctima crea el catálogo perfecto de pretextos de “porqué no debo hacer las cosas”, aun cuando son necesarias o requeridas.

El papel de verdugo, es el resultado natural del anterior. Generalmente los verdugos surgen a consecuencia de las víctimas, no al revés. A diferencia de la anterior postura, el verdugo casi nunca es consciente de que lo es y cree estar actuando acorde a las circunstancias. La víctima crea al verdugo, al otorgarle poder sobre de sí mismo, sea real o voluntario. Un caso de verdugo real, sería un jefe abusivo y sobre-exigente. Un voluntario podría ser la pareja.
El papel de salvador o vengador, es resultado del antagonismo ente los dos anteriores. Es el héroe que se interpone entre el verdugo y la víctima, para salvarla de su yugo. Lamentablemente, el efecto que consigue esta postura es perpetuar el papel de la víctima al no permitirle defenderse por sí mismo. Una de las características más acusadas de este rol, es la condescendencia o una compasión excesiva hacia la víctima.

Estos tres vértices, conforman el área donde el drama cotidiano va escribiendo su historia. Sin embargo, es necesario encontrar las causas de este rasgo de la naturaleza humana. Desde el punto de vista mental, este esquema se basa en la idea de la desigualdad. Si me siento menos o más que las otras personas, por cualquier razón que crea que me sustente tal creencia, mi tendencia natural será adoptar cualquiera de estas tres posturas del paradigma reinante. El pobre que se siente víctima del gobierno que no lo ayuda; el padre que cree que ser brutalmente estricto con sus hijos es por su bien (verdugo); el amigo que se la pasa “confortándome” con frases como, “pobre de ti, como has sufrido. Lo bueno es que no estás solo. Yo siempre estoy acompañándote en tu dolor”.
Desde la perspectiva espiritual, existen dos causas para este comportamiento. La primera es la creencia de que somos seres individuales separados de los demás. No nos queremos dar cuenta que todo lo que hacemos a los demás, en última instancia nos lo estamos haciendo a nosotros mismo, sea positivo o negativo. Todos somos parte de una sola conciencia y de una misma especie. Provenimos del mismo lugar y nuestras almas forman un entramado divino que genera las circunstancias de nuestra existencia.

La otra causa es que hemos olvidado nuestra verdadera naturaleza de seres espirituales con experiencia terrenal. Somos una expresión divina que tiene como funciones conocerse, amar y amarnos  y recordar que estamos en el proceso de regresar a la fuente de la cual provenimos.
En última instancia, somos responsables de nuestra propia existencia y mientras más tardemos en comprenderlo, más tardaremos en tomar las riendas de nuestra vida. Siempre procuremos rodearnos de personas que comprendan que somos responsables de nuestras circunstancias y que nos permitan tratarlas del mismo modo.

En lugar de ser la víctima, el verdugo o el salvador, ¿por qué mejor no convertirnos en los arquitectos de nuestro propio destino?
¡Que tengas feliz fin de semana!

domingo, 20 de noviembre de 2011

Tu Lado Oscuro - publicado el 20 de noviembre de 2011

Tu Lado Oscuro

Nuestro mundo es un lugar que se rige por la dualidad de nuestra percepción. No podríamos entender el calor sin el frío, la alegría sin la tristeza, el arriba sin el abajo, la riqueza sin la pobreza, etc. Es así, que las cosas que consideramos buenas, no podrían serlo si no existieran sus opuestos. La personalidad no es la excepción. En nosotros hay luz, pero también existe la oscuridad. Es esa parte desagradable de nuestro interior, que tratamos de ocultar a los demás y a nosotros mismos, pero que de cierto modo, emerge en algunas circunstancias y toma las riendas de la situación, motivándonos a hacer o decir cosas, de las que posteriormente nos arrepentimos.
Sin embargo, la oscuridad interna cumple con la función de matizar a la luz y es tan mala como le permitamos serlo. Imaginemos un cuarto blanco donde estamos ante un lienzo en blanco y se nos pide que pintemos algo en él, pero las únicas pinturas que nos dan son blancas; ¿podríamos pintar algo en esas circunstancias?

En el mundo del cine, por ejemplo, sería muy difícil disfrutar una película si no hubiera villanos que hicieran batallar al héroe. De hecho, existen algunas películas donde se habla del “lado oscuro” de forma alegórica. Un ejemplo podría ser la saga de la “Guerra de las Galaxias”, donde los protagonistas tienen la disyuntiva de escoger ese lado oscuro y abandonarse a su poder. Otro, sería la trilogía del “Señor de los Anillos”, donde el portador del anillo principal, sufre los efectos del mismo, manifestando toda la parte negativa de su ser. También cabe mencionar la magnífica serie “Dexter”, que está basada en el libro “El Oscuro Pasajero” de Jeff Lindsay, donde el protagonista tiene que lidiar con esa parte sombría de su comportamiento, que lo lleva a cometer actos extremos.
Hay ocasiones, en las que el secuestro de nuestros actos por parte del lado oscuro, es tan contundente, que las consecuencias pueden llegar a ser fatales y dejar secuelas de por vida. Si permitimos que nos invada y tome el control, podemos pasar el punto de no-retorno, ocasionando daños irreparables a nuestros seres queridos o a nosotros mismos.

Existen otras variantes de ese lado oscuro, por ejemplo, cuando se convierte en un estilo de vida y lleva a una persona normal a transformarse en un sociópata, o más aún, en un sicópata. Desafortunadamente, cada día nos enteramos de eventos ocurridos en el mundo, que no hacen más que reflejar ésta realidad. La diferencia entre una persona que tiene “arrebatos” del lado oscuro y otra que lo convierte en su código de comportamiento, es algo muy simple: la premeditación. El sociópata planea de antemano como va a dañar a su objetivo, a diferencia de las personas comunes, que nuestro lado oscuro, aparece solo en contadas ocasiones. No obstante, eso no nos exime del riesgo de caer en una espiral emocional, que nos podría llevar a extremos catastróficos. Los celos y los crímenes pasionales, son perpetrados todos los días por gente común y corriente.
No es posible, ni sano, negar esa parte oscura en nosotros mismos. Lo que sí nos corresponde es aprender a aceptarla, a controlarla y a ponerla en balance armónico con nuestra luz interna.

La buena noticia es que el lado oscuro tiene funciones muy importantes y necesarias en nuestra vida. Si no fuera por él, no podríamos disfrutar del libre albedrío. Únicamente existiría un solo camino, por que seríamos incapaces de reconocer las opciones.
A mi parecer, la función más importante del lado oscuro, tanto en nosotros, como en los que nos rodean, es que nos brinda la oportunidad de hacer aquello que más nos ennoblece como seres espirituales que somos: perdonar y perdonarnos. El perdón es el camino más rápido hacia el encuentro con nosotros mismos y nuestra condición de seres divinos en proceso de aprendizaje. Pero, ¿Cómo podríamos perdonar algo si no hubiera nada que perdonar?

Es así, que tenemos que sentirnos muy agradecidos por la existencia de esta parte oscura en nosotros. Si no fuera por ella, no seríamos conscientes de nuestra luz interior, porque, después de todo ¿Qué es la oscuridad sino falta de luz?
¡Que tengas feliz fin de semana!

domingo, 13 de noviembre de 2011

La Paz Interior - publicada el 13 de Noviembre de 2011

La paz interior

Hace algún tiempo, recibí un mail que contaba una historia que viene al caso del tema que hoy nos ocupa. Desafortunadamente, no tengo información de quién es el autor, por lo que no me es posible citar la fuente.
El premio del Rey

Había una vez un gran país donde vivía un rey que tenía fama de ser muy inteligente. Este rey, tenía especial debilidad por las pinturas, por lo que poseía en su castillo una vasta colección de las mismas. No obstante, había un gran hueco en su pared, que esperaba ser llenado por una pintura que fuera la representación perfecta de la paz. Es así, que se le ocurrió una idea formidable: lanzaría una convocatoria para invitar a los pintores del reino y sus alrededores a realizar esta obra. El ganador sería nombrado Conde y recibiría una sustanciosa cantidad de oro.

Emocionados, todos los artistas presentaron un desfile de bellísimas obras pictóricas que en su mayoría contenían paisajes, con puestas de sol, playas, atardeceres y apacibles montañas coronadas de nubes. Parecía que la decisión iba a ser muy difícil.
Los cuadros fueron colocados en caballetes en un gran salón, donde el rey se disponía a elegir el mejor. Con pasos calmos pero continuos, los brazos cruzados por detrás y su ceja izquierda levantada, inició la inspección de las obras de arte. Ninguna de ellas parecía llamarle la atención. Los súbditos se miraban unos a otros con la sorpresa dibujada en sus rostros. ¡Las pinturas eran la representación misma de la paz! ¿Por qué no le gustaban al rey?

Cuando ya casi se daba por vencido, una de las últimas obras de la improvisada galería llamó poderosamente su atención: Era un cuadro donde se había pintado una guerra encarnizada, caballeros muriendo y matando a diestra y siniestra, al fondo un castillo en llamas y el cielo teñido de rojo. Al centro de todo este panorama había un árbol muy frondoso y en una de sus ramas estaba un nido, donde una madre canario, alimentaba tranquilamente a sus polluelos con unos pequeños gusanitos que sostenía en su pico.
Sin pensarlo dos veces, el rey dijo: “¡Este cuadro es el ganador. Es la mejor representación de paz que he visto en mi vida!”. Cuando el consejero le preguntó por qué, el rey le respondió: “Paz no significa estar en un lugar donde no hay ruidos, ni dolor, ni problemas. Paz es estar en medio del caos pero con el corazón tranquilo y en equilibrio armónico con nuestra propia naturaleza.”

Esta alegoría presenta claramente como es vivir en un estado de paz verdadero. Tendemos a creer paz es la ausencia de conflictos, cuando en realidad se trata de aprender a mantener la serenidad, aún dentro del escenario más dificultoso. Este estado proviene del interior de nosotros mismos y no de las circunstancias que nos rodean.
Alcanzar esa paz, implica saber que los problemas, por más grandes que nos parezcan, existen sólo dentro de nuestra mente, porque así hemos decidido catalogarlos. No existe una sola situación adversa que haya ocurrido en nuestra vida, que no terminara redundando en un bien. Eso se aprecia fácilmente al voltear la cara al pasado y observar como todas las cosas que en su momento parecían tan negativas, dieron lugar a un “efecto dominó” que generó una cadena de sucesos, que eventualmente arrojaron un beneficio como consecuencia.

Tener paz interior es comprender que el lugar donde estás ahora mismo y las circunstancias que te rodean, aunque no parezcan las más deseables, forman parte de un orden a nivel cósmico,  y mantienen un equilibrio perfecto.
Cultiva el arte del silencio: regálate 5 minutos al día para sentarte en un lugar donde nadie te moleste y quédate en compañía de ti mismo, sólo escuchándote.

Sabrás que estás en paz, cuando aceptes tus circunstancias como lo que realmente son: lecciones que tu alma requiere aprender. Finalmente, la vida es una escuela y los problemas son los maestros que nos toman examen. Vive aprendiendo en paz.
¡Feliz fin de semana!

domingo, 6 de noviembre de 2011

El "mal genio" - publicado el 06 de noviembre de 2011

El “mal genio”

¿Qué es al mal genio? Todos nosotros, eventualmente nos enojamos, a veces con razón y otras ocasiones sin tenerla. Eso es un evento normal que forma parte de nuestra naturaleza humana. Lo malo, es cuando abusamos de esa condición y se vuelve parte de nuestra personalidad. Nos convertimos en personas “enojonas” y basta con que vuele una mosca para que nos sulfuremos. Eso nos convierte en indeseables, tanto para los demás, como para nosotros mismos. Eso es tener mal genio.
Esta respuesta emocional proviene del deseo de que el entorno y los demás sean más como nosotros y menos como lo que son. Nos convertimos en la regla con la que medimos al mundo y todo lo que se salga de nuestros prejuicios y expectativas, nos hace perder la calma y hacer erupción, transformándonos en auténticos monstruos.

Ignoramos la cantidad de perjuicios que esto nos trae, desde enfermedades de todo tipo, hasta el rechazo de las personas que nos rodean. Es probable que cuando éramos niños pequeños, hacer un berrinche nos valía para obtener lo que entonces queríamos, pero desafortunadamente al crecer, la misma reacción aprendida se sigue manifestando en todas las áreas de nuestro diario vivir, convirtiéndose en un estilo de vida.
La primera consideración que tenemos que hacer al respecto, es siempre tener presente el siguiente enunciado:

Toda acción de otra persona hacia mí, es su responsabilidad. La reacción que yo tenga ante su acción, es la mía.
Absolutamente nadie puede hacernos enojar sin nuestro consentimiento. Enojarse es una opción aprendida, no una consecuencia infranqueable. Siempre hay otras formas de reaccionar por las que podemos optar, sin embargo, al sentirnos atacados o afectados en nuestros intereses, el instinto animal nos pone en guardia y literalmente sacamos los dientes y uñas para repeler el ataque. Olvidamos fácilmente nuestra categoría de “animales racionales”. Es cierto que el ritmo vertiginoso de la vida actual no nos lleva, sino nos empuja y ello nos induce a convertirnos en un manojo de nervios. Y es precisamente el estar conscientes de esto, lo que nos invita a encontrar la paz interna que tanto necesitamos para poder navegar tranquilamente en aguas de ríos rápidos.

Es cierto que hay veces que es necesario “simular” estar enojados, por ejemplo delante de nuestros hijos cuando hacen travesuras, o delante de un alumno en clase que no pone atención, o con un trabajador que llega tarde, etc. Lo malo es sentir el enojo y dejar que éste dirija nuestros actos. Sin embargo, no debemos olvidar que siempre hay que ser duro con el problema y suave con la persona.
Ahora, en el aspecto espiritual del asunto, sabemos que todo aquello a lo que le damos nuestra atención, lo atraemos hacia nosotros y lo hacemos más fuerte. Siempre tenemos el poder de elegir si aplicamos nuestra energía hacia lo que queremos o hacia lo que no queremos. Si algo nos hace enojar por que no salió como lo esperábamos, lo mejor es aprender de aquello y concentrarnos en buscar otras alternativas para lograrlo.

Tenemos que considerar también que en realidad todos los acontecimientos de nuestra vida son neutrales por sí mismos, somos nosotros los que le damos una connotación negativa. Calificar algo como negativo es nuestra elección, por lo tanto, si estamos experimentando negatividad en nuestra existencia, es porque nosotros mismos elegimos etiquetarla de esa manera.
Hay que hacernos responsables de nuestras propias reacciones sin culpar a los demás por las mismas. Bajo ninguna circunstancia le otorguemos jamás a nadie el poder de controlar nuestro estado de ánimo, y siempre recordar que lo que sentimos es una reacción de lo que creemos.

“El que se enoja pierde” reza un refrán popular que tiene toda la razón del mundo. Permanecer en calma, aún ante el caos, nos da una perspectiva más clara de lo que tenemos que hacer en cualquier circunstancia. Si logramos encontrar la paz interior, ya no habrá nada que nos pueda hacer enojar, porque desde esa perspectiva llegamos a comprender que todos vamos en el mismo barco y no tiene caso desperdiciar nuestra energía en ello.
La semana entrante hablaremos sobre cómo conseguir la paz interna.

¡Feliz fin de semana!