Los dramas de control
En lo más
profundo de las relaciones que mantenemos con los demás, siempre subsiste un secreto juego de poder. Quién manipula a
quién, quién siempre se sale con la suya, y quién es el que siempre acaba
cediendo el control al más dominante, resultan efectos comunes que se observan
todos los días y en todos los ámbitos. No hay placer más grande para el ego,
que saberse por encima de las situaciones, moviendo los hilos del prójimo, sin
que éste se dé cuenta de ello. Y tanto es así que se puede convertir en una
adicción.
Este
conocimiento fue divulgado masivamente, gracias al autor James Redfield, quien
los importó del terreno de la sicología, para incluirlos en su novela
iniciática, conocida como “La novena
revelación” o “la profecía Celestina”.
Los dramas
de control son los mecanismos que usados de forma consciente o no, se utilizan
para lograr que una situación particular de convivencia diaria, se polarice a
favor de quien los actúa. Estos comportamientos se generan en la infancia,
cuando el niño quiere llamar la atención de sus mayores y no lo consigue. Los aplica
uno por uno, hasta que uno de ellos le funciona y se convierte más tarde, en su
rango distintivo de comportamiento ante las situaciones que lo incomodan.
Es
conveniente tener en cuenta estas respuestas automáticas, porque al traerlas al
terreno de la conciencia, las podemos evitar para no dejar que se conviertan en
el titiritero oculto que se esconde tras el razonamiento (razono y miento) que
señala: “yo siempre he sido así y no puedo ser de otra manera”.
Existen dos
formas de dramas de control, los activos y los pasivos. Los activos arrebatan
la atención de los demás forzándolos enérgicamente a hacerlo. Por el contrario,
los pasivos la obtienen mostrando un comportamiento sufrido y distante que
propicia la compasión enfermiza.
El
interrogador, como primer drama de control, es aquel que te cuestiona todo lo
que le dices, hasta encontrar algo que le parezca erróneo, y se aprovecha de
ello para criticarte. Llega a un punto en el que, si le permites tener éxito al
menospreciarte, acabas haciendo lo que él dice, con tal de no caer en otro error
que pueda notar y te lo vuelva a embarrar en la cara.
El siguiente
drama es el Intimidador. Este es usado por personas generalmente de mal
carácter y explosivos. Son los que conocemos popularmente como “enojones”.
Cuando, por ejemplo, alguien te amenaza manoteando y alzando la voz, se le
considera como intimidador activo, en cambio si la amenaza fuera un susurro con
“ojos de pistola”, estaríamos hablando de un intimidador pasivo, del tipo que
te dice entre dientes: “no sabes con quién te estás metiendo”.
En el otro
extremo de las cosas, se encuentra el tercer
drama, el retraído. Es aquel personaje que ante una situación que lo incomoda,
se queda callado. Si habla a duras penas contesta con monosílabos. Son los que
enarbolan el pretexto de uso común: “calladito me veo más bonito”. Aparentan
tener una gran timidez, pero en realidad están utilizando una estrategia
inconsciente para llamar la atención.
Luego está
el distante, que siempre parece más misterioso y reservado que los otros. Habla
a medias y no completa las ideas, dejándolas en suspenso perpetuo. La atención
de los que le rodean es captada debido a ese halo de misterio que genera.
Finalmente
encontramos a la víctima, ese al que todo lo malo le ocurre, y que siempre
emana una actitud de “pobre de mí”. Todo el discurso de este personaje parece
culparnos de que no estamos haciendo lo suficiente por él, y acaba acaparando
nuestra atención cuando reaccionamos al querer solucionarle los problemas que
lo agobian. Esta actitud es muchas veces resultado de la acción del intimidador.
Estas
categorías crean relaciones co-dependientes, de forma que el interrogador,
propicia a un distante o retraído y los distantes generan interrogadores que
les preguntan qué les pasa. Los intimidadores crean víctimas y las víctimas
propician intimidadores, generando un círculo vicioso del cual es muy difícil
escapar si no se está consciente de ello.
Normalmente,
nos creemos ajenos a estos comportamientos, peo te animo, amigo lector a que
voltees hacia ti mismo y veas en cuál caes repetidamente, para que logres
superarlo y actuar como mejor te convenga y no como tus automatismos lo
decidan. Estar consciente de estas trampas del ego nos conducen a una existencia
mucho más plena y a un estado de alerta que hace tu vida más interesante.
¡Feliz fin
de semana!