El crédulo y el incrédulo
Cuando nos
referimos a alguien como “crédulo”, lo que hacemos es utilizar una forma
despectiva de conceptuar a una persona que todo lo cree sin constarle de forma
personal aquello de lo que habla. En el fondo, al crédulo se le ubica como
“ingenuo” y poco inteligente. En el otro extremo de la misma línea se encuentra
su antagonista, el incrédulo, al que se le define como el que no cree nada.
La postura
del incrédulo y/o escéptico radical es, como ellos mismos ubican “dudar de
todo”. Lo único que no queda claro es si “todo” los incluye a ellos mismos y a
sus creencias. Se dedican a buscar las fallas en lo que perciben, considerando
de entrada que todo tiene fallas. En cambio el crédulo, mantiene una actitud de
aceptarlo todo sin comprobar nada, encontrando los aciertos en lo observado, y
buscando en que se puede identificar con ellos.
Ambos tienen
dificultades para salirse de su zona de confort. El crédulo, está muy a gusto
absorbiendo todo sin investigar, mientras el incrédulo tiene dificultad para
salirse de su mundo donde, según él, tiene todo resuelto tendiendo a rechazar o
a tratar de explicarse de acuerdo a sus prejuicios, lo que se sale de sus
fronteras.
Al
enfrentarse a lo desconocido, el crédulo es propenso a aceptar todo aquello que
percibe sin necesidad de entenderlo siquiera, el incrédulo por su parte, tiende
a negarlo todo, formando argumentos para sostenerse en su duda. En esta parte,
el crédulo es más susceptible de lograr hacer conocido lo desconocido, porque
logra asimilarlo de forma transparente, con el riesgo latente, de que llegue a
ser perjudicial de alguna forma.
En última
instancia, el incrédulo es esclavo de su mente, mientras el crédulo lo es del
corazón. Se tiene tan despreciado al corazón como instrumento de percepción,
que existe la creencia extendida que una persona así, es demasiado sensible y
por lo tanto débil, lo contrario del que siempre atiende a su mente, que acaba
auto-conceptuándose como “más inteligente que la situación”.
La
herramienta cognoscitiva que utilizamos para entender algo que no conocemos es
la lógica, y por ello hemos llegado a creer que lo que no es lógico, no es
verdadero. Si esto fuera cierto, no existiría la poesía, por ejemplo, que de
lógica no tiene nada. Conceptos como “un instante eterno” o “la triste
alegría”, hacen demasiado ruido mental para los lógicos. Ellos normalmente
tienen dificultades para apreciar todo lo que no es “útil”, según sus propios
términos. En este sentido un amante de lo lógico jamás podría entender a un
bohemio, porque lo percibiría como “flojo” e “improductivo”.
El elemento
ausente en ambas posturas es la fe. El crédulo no tiene fe en él mismo y se
apoya en todo lo que está fuera de él. El incrédulo, desconfiado por naturaleza,
carece de fe en todo lo externo a él y a sus creencias personales. El crédulo
es una esponja que todo lo absorbe y el incrédulo es una piedra que todo se le
resbala.
Ambas
posturas son puntos extremos en los que debemos evitar caer si queremos ser
virtuosos de nuestras creencias, del orden que éstas sean. Ninguna de las dos
nos permite vivir en plenitud sino que nos limitan y nos inmovilizan. El
escepticismo es sano hasta cierto punto y la confianza total puede llegar a ser
peligrosa. Tengo que estar consciente que lo que hoy me parece una gran verdad,
mañana puede ser puesto en duda.
Lo ideal es
quedarnos con las dos fuerzas de ambas posturas para generar un punto medio donde
ambas convergen. Esto es, abrirnos a toda clase de conocimientos nuevos, lógicos
o no, pero cultivando la costumbre de investigar un poco más para lograr
formarnos un criterio propio, que tiene que seguir siendo elástico y
perfectible.
Si bien es
cierto que la mente es como los paracaídas: que tiene que estar abierta para
funcionar, también es cierto que la mente sin el corazón, es como un auto sin
piloto. Ni hay que creerlo todo ciegamente, ni hay que cerrarse a lo que no
está dentro de mis marcos de referencia. Después de todo, no hay nada más
nocivo que la soberbia intelectual. Hay que aprender a cultivar la humildad
cognoscitiva para poder crecer.
¡Que tengas
un feliz año nuevo!
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