La voz del silencio
Las grandes elevaciones
del alma no son posibles, sino en la soledad y en el silencio
Arturo Graf
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Los
pensamientos, que son fuente de creatividad, inspiración y autoconocimiento,
son sustituidos y opacados, a veces voluntariamente por el radio, la televisión
o cualquier otro distractor al alcance de la mano y del control remoto. Posiblemente
sea el miedo inconsciente de tener que escuchar nuestros propios pensamientos,
lo que nos orilla a ignorarlos. Es lo que se ha llegado a conocer como “la voz
de la consciencia”, que aflora en forma de ideas y sentimientos.
La
creatividad se manifiesta en el silencio mayormente. Tal es el caso de
Beethoven, quien compuso su mejor sinfonía estando sordo, aunque eso no quiere
decir que la incapacidad auditiva sea deseable. Lo que sí lo es, es el silencio
que me pone en comunión con mi espíritu que aprovecha para dejarse escuchar. En
las culturas orientales se acostumbra la práctica de la meditación, que obtiene
iguales resultados
Al margen de
eso, el silencio tiene un lenguaje propio que hemos aprendido a interpretar, de
acuerdo a las situaciones, tal es el caso del médico cuando tiene que dar la
noticia a los familiares de que la cirugía terminó en tragedia. El silencio lo
dice todo.
También está
el caso inverso, en el que nos encontramos ante el umbral de algo que es muy
difícil de comunicar y se complica el doble cuando nosotros somos los
interrogados. En ese caso, la mirada se desvía, generalmente hacia abajo, como
buscando leer en el piso la respuesta adecuada. Es entonces cuando se vive en
carne propia aquel refrán que reza: “El que calla, otorga”.
Existen
momentos de solemnidad, donde alguien pide un minuto de silencio en memoria del
recuerdo de una persona fallecida. Ahí el silencio es interpretado como
reverencia póstuma.
Pero los
silencios más importantes se presentan cuando algo que consideramos injusto nos
ocurre en la vida y no existen respuestas para las preguntas de siempre: “¿Por
qué a mí?”, “¿Por qué ahora?”. Como si el saber las respuestas fuera el remedio
a aquello que nos aqueja. Incluso cuando volteamos la cara al cielo exigiendo
una explicación, la respuesta es siempre un silencio eterno.
Si la vida
no nos responde es por una muy simple y sencilla razón, la respuesta siempre
reside en el interior de nosotros mismos. Como observamos el efecto afuera,
creemos que la respuesta se encuentra en el mismo lugar, pero eso equivale a
olvidar que todo lo que es denso y tangible, proviene del mundo de lo sutil,
del mundo de las ideas. Nada puede existir en el mundo de la forma, sin haber
sido antes un pensamiento. Evidentemente, una vez materializado, hay que
hacerle frente de la misma forma, pero para entender por qué está ahí, tenemos
que conocer desde dónde se generó.
De la misma
forma en que se le da a un niño pequeño una medicina amarga por su propio bien
y en contra de su voluntad, a veces la vida nos pone en situaciones que no nos
gustan y no entendemos, pero que tenemos que atravesarlas para aprender a
resolverlas y disolverlas, porque de no ser así, la misma situación nos
perseguirá a donde vayamos, sólo cambiando escenarios y personajes, con tal de
enseñarnos aquello que precisamos aprender, y hasta que no lo hagamos, aquello
seguirá presentándose una y otra vez.
Si el niño
tuviera la capacidad suficiente para entender, no nos preguntaría por qué le
damos aquello que sabe tan feo, sino PARA QUE se lo estamos dando. Y eso es
exactamente lo que hacemos los adultos cuando el doctor nos receta algo, le
cuestionamos para qué es cada medicina que nos ha mandado.
No obstante,
cuando nos sentimos “injustamente” tratados por la vida y los “¿Por qué a mí?”,
“¿Por qué ahora?”, se hacen presentes. Es entonces cuando la vida nos contesta
con un irónico: “Interpreta mi silencio”, que sirve para recordarnos el “para
qué” nos pasa lo que nos pasa.
Ese
aislamiento e incomprensión existencial que sentimos en esos momentos, deben llevarnos
a ver el cuadro completo y no sólo un fragmento de la historia. Claro está, a
nadie nos gusta sufrir, pero en el entramado universal, incluso eso tiene una
función importante, que aunque de momento no veamos cuál es su razón, eventualmente
nos será revelado con el paso del tiempo. Tal es la forma de auto-explicarnos
nuestra propia vida, cuando se observa en retrospectiva. Si somos minuciosos
encontraremos que absolutamente todo lo que nos ha ocurrido, por insignificante
que sea, nos va llevando de causa en consecuencia, muy al estilo del efecto
dominó.
Y
justamente, frente al silencio que experimento ante lo que considero injusto,
recuerdo que lo similar cura lo similar y es precisamente por ello, que tengo
que procurar mis propios momentos de silencio, para que mi espíritu se haga eco
de todo aquello que lo causó desde lo sutil y lo psíquico y de paso me revele
la mejor forma de enfrentarlo y superarlo.
Me encuentro
entonces con que mi prerrogativa cambia de “¿por qué me pasa esto?” a “para
qué” no obtengo respuestas, “para qué me pasa lo que me pasa”, y es exactamente
ahí, donde voy a permitir que la voz del silencio del universo, converse con mi
propio silencio y de ese diálogo resulte que yo obtenga todas las respuestas
que necesite y al mismo tiempo mi alma se nutra.
Reserva unos
pocos minutos de tu tiempo para estar en silencio todos los días, para que
permitas que la voz del silencio te hable y te permita conocer el propósito
mismo de tu existencia.