¿De qué se trata tu vida?
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Tal vez ese
pensamiento se originó en la escuela cuando éramos pequeños y nos premiaban con
buenas calificaciones si cumplíamos con nuestras tareas diarias, y tanto para
los maestros, como para nuestros padres, éramos “niños buenos”, siempre y cuando
nos alineáramos a lo que nos dictaban que teníamos que hacer.
En última
instancia, la obediencia ciega era buena y nos hacía merecedores de elogios y
premios, y por ello, cualquier acto espontáneo que se alejara de lo aceptado
por todos, se consideraba como rebeldía y era castigado con el desprecio y el
sometimiento a los lineamientos correspondientes. Muy al estilo de lo que fue
ilustrado por Richard Bach en el magnífico “Juan Salvador Gaviota”.
Por todo
aquello, crecimos con la idea errónea, que todo lo que nos hace diferentes y
únicos, debe ser sofocado si no se apega a lo que los paradigmas establecidos,
han determinado que es lo mejor para nosotros. Infinidad de carreras artísticas
se han visto truncadas en sus inicios, con el argumento de que: “Eso no te va a
dar de comer, lo que debes de hacer, es buscar una profesión que te dé dinero”.
Cuando
llegas a la edad madura y te das cuenta que todos tus sueños de niñez y juventud
fueron sacrificados en aras del bien más
“alto” de recibir dinero, la frustración se hace presente y paradójicamente, el
dinero se aleja. En lugar de enseñarnos a recibir dinero como una consecuencia
de la satisfacción personal, nos adiestraron a sentirnos satisfechos con el
dinero como un fin. Seguimos siendo el niño que persigue la calificación más
alta, ahora expresada en signo de pesos.
El resultado
de todo esto es que colocamos “la zanahoria delante del burro” y que caminamos
persiguiendo un objetivo de vida que no resuena en absoluto, con nuestra misión
en este plano de existencia.
Trabajar
mucho, acumular bienes y descansar poco, se han vuelto las directrices de la
vida de la mayoría, incrementando dramáticamente el stress y la sensación de
vacío interna, que se pretende llenar con papel moneda y sostener con
adquisiciones materiales.
Cuando en
mis conferencias he hecho la pregunta: “Si yo te regalara diez millones de
dólares, ¿Cómo sería tu vida?”, las respuestas siempre han sido del orden de
“Estaría más tiempo con mis hijos”, “Frecuentaría más a mis amigos”, “Leería más
libros”, “Vería más películas”, etc. Entonces les hago ver que para hacer eso
no necesitan un solo peso, sólo la voluntad de hacerlo. Las cosas que nos hacen
felices, no se compran, porque si así fuera los multimillonarios serían los
seres más felices del mundo. Nada más lejos de la realidad.
Disfrutar de
la vida, se convierte en una consecuencia del éxito financiero, cuando tendría
que ser exactamente al revés. Nos hemos condicionado tanto al sistema de
recompensa impuesto en la psique durante nuestra estancia en la escuela, que
creemos que para disfrutar, primero hay que sufrir. O sea, no tengo derecho a
disfrutar nada si primero no trabajé mucho para merecérmelo.
Se nos
olvida que si estamos desempeñándonos en una actividad que realmente nos
apasiona, el trabajo se vuelve disfrutable en sí mismo y no una medicina amarga
que me tengo que tragar sin ganas de hacerlo. Un ser realizado es aquel que
puede decir “Me divierto tanto y hasta me pagan por eso”. La felicidad es
consecuencia de la realización, y la realización la obtengo cuando soy
congruente con aquello que siempre he querido ser o hacer.
Si tu vida
se trata sólo de obtener más dinero, porque compraste la idea de que “El dinero
no es la felicidad, pero si lo más parecido a ella”, estás amordazando a tu
niño interno que te grita desesperadamente lo que realmente viniste a hacer a
este plano, pero cuando llegue el momento en que ya no le puedas tapar más la
boca y te hable al oído en tu lecho de muerte, para entonces ya será demasiado
tarde.
Tal como
Paulo Coelho dice: “Todo hombre tiene la obligación de saber a dónde conduce el
misterioso camino que pasa por enfrente de su casa”, es así que tenemos que
encontrar nuestro propio camino, y si no existe, hacerlo y caminarlo, porque de
esa forma, la grandeza, la realización y la satisfacción estarán esperándonos al
final del mismo. Nunca hay que tener miedo a ser diferentes, lo único realmente
temible es llegar al final habiéndonos negado la oportunidad de hacer lo que
realmente nos gusta. Después de todo, de eso es de lo que verdaderamente se
trata la vida.
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