Una carta para mi ego
Cuando mi
única intención es estar en paz, tu voz se hace presente en mi cabeza y no deja
de molestarme con toda clase de culpas, preocupaciones y críticas que no tienen
nada que ver con lo que estoy haciendo ahora mismo. Parece que fueras un
perverso bibliotecario de mi archivo mental, que se la pasa hurgando en mis
recuerdos para traerlos a mi atención y empezar a recitármelos una y otra vez.
Eres un juez que no sólo condena, sino que nunca perdona.
No puedo
negar que a veces me eres útil, como cuando necesito recordar un dato
específico, aprendo una disciplina nueva, o entiendo alguna cosa que antes no
descifraba, pero tu utilidad se ha extralimitado hasta quererme controlar
inmisericordemente. Ya he notado que tu poder se basa en los conceptos
abstractos, que es ahí de donde te gusta valerte. Me dices que debo hacer, qué
no debo hacer, qué es bueno, qué es malo, qué es bello, que es feo, etc.
Cuando era
pequeño y comencé a conocer el mundo, me enseñaban como se llamaban las cosas
que me rodeaban. Después me informaron quién era yo, cómo debía ser, cómo no
debía ser y que se esperaba de mí. Y todo lo acepté sin más. Fue entonces
cuándo apareciste y tu voz comenzó a sonar en mi mente, como si fuera una
extensión de todos aquellos que me amaestraron, recordándome constantemente mis
límites y las fronteras que no debía cruzar y siempre te hacía caso, te creía
hasta lo más absurdo sin cuestionar absolutamente nada.
He llegado a
comprender que tu máximo disfrute consiste en estar recordándome una y otra vez
qué hice mal en el pasado y porqué debo sentirme culpable. Pero tu maldad no
termina ahí, también disfrutas enormemente hablándome del futuro incierto, de
que mi obligación es preocuparme porque no sé cómo voy a resolver mis
carencias. Te encanta mantenerme en el pasado o en el futuro para no dejarme
vivir el presente.
Pero ¿sabes
algo? Mis carencias lo son porque te he escuchado y te he creído. La verdad es
que estoy vivo y consciente y eso es todo lo que necesito. Las cosas que no “tengo”
no son más que cosas y nada más. Todo lo que siempre me estás repitiendo que me
falta, no me hace ni mejor ser humano ni determina mi valor como persona, cómo
tú te empeñas en hacerme creer. No necesito tener para ser. Ya soy un ser
completo y pleno en mí mismo. Mi conciencia me define.
No deja de
asombrarme la forma astuta y sutil en que me aconsejas ante cualquier
situación, tratando de hacerme sentir que esos pensamientos son míos cuando en
realidad provienen de ti. Tú los has sembrado y cultivado como si fueran una
hortaliza cuya cosecha eres el único que conoce y disfruta. Me dices que no soy
digno de lo que quiero, que no merezco mis sueños, que aún no estoy preparado,
y no sé cuantas estupideces más que te fascina recitarme.
Mucho tiempo
viví engañado creyendo que yo era mis pensamientos, pero entonces me di cuenta
de algo gigante: Si yo soy mis pensamientos, entonces ¿quién es el que piensa
mis pensamientos? Yo soy la conciencia detrás de ellos, el ser que aún sin
pensar, sigue siendo. Después de todo, los pensamientos no son más que una
herramienta de la mente para entender el mundo que la rodea. A las herramientas
hay que usarlas, no hay que dejarse usar por ellas.
Tu otra
estrategia favorita es, ante cualquier vivencia que implique a terceros,
hacerme sentir verdugo, víctima o salvador, según el caso. Mi tendencia es a
siempre actuar uno de los tres papeles que tú diligentemente escoges para mí.
Pues te tengo que informar que en lo sucesivo, voy a escoger el papel que me
convenga según la situación, NO el que tú siempre me tratas de imponer.
Ahora mismo,
me quieres convencer que este escrito no debe ser publicado, que es demasiado
personal, que mis lectores no lo van a entender, etc. Pues déjame informarte
que con mayor razón lo haré. El sólo hecho de que me ofrezcas tanta
resistencia, es un indicio de que es justamente lo que debo concretar.
Puedes
hablarme todo lo que quieras, escucharte no es algo opcional, es inevitable
puesto que vives dentro de mí, pero de ahora en adelante ya no creeré más todo
lo que me digas. Y siempre que trates de convencerme con los argumentos más
“sólidos”, lo único que tengo que recordar para vencerte es “tómalo de quien
viene”, no necesito más. Agradezco tu apoyo, cuando requiero recordar un dato o
llevar a cabo alguna operación matemática, pero esa utilidad no será suficiente
de ahora en adelante, para tomar las riendas de mi destino.
¡Me declaro
libre de ti y de todas tus mentiras y manipulaciones! De ahora en adelante yo
soy el único que dirige mi destino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario