Cuando
decidimos ampliar nuestros horizontes cognoscitivos y vivenciales y nos
embarcamos en la búsqueda de caminos diferentes que conducen a realidades
ocultas que ni sospechábamos que existían, ocurre con mucha frecuencia que
terminemos confundiendo las islas con tierra firme y no continuemos caminando
por creer que ya hemos llegado.
Aprender a
cantar mantras, a manejar la energía, a programar la mente, a activar los
chakras, a despertar la energía kundalini, a practicar Reiki, a programar el
agua, etc. son algunos de tantos métodos que nos sirven para rozar con aquél
mundo misterioso e intrigante del conocimiento oculto.
Existen un
sinfín de técnicas y enseñanzas, que se ajustan al bolsillo del postulante, y
aún las hay completamente gratis y con contenidos parecidos. Desafortunadamente
hemos llegado a creer, que si no nos cuesta, no sirve. Generalmente, lo más
simple es lo mejor. Con un poco de criterio, en internet podemos encontrar gran
cantidad de información publicada gratuitamente, que nos enriquece en aquella
búsqueda de lo desconocido.
No obstante,
existe una consideración muy importante que tenemos que hacer, antes, durante y
después de haber utilizado todas las técnicas habidas y por haber: ¿Para qué
queremos todo aquel arsenal, si no sabemos hacia donde nos dirigimos? Si aún no
sabemos cuál es la misión de nuestra vida, podemos llegar a fascinarnos con las
herramientas y perder de vista que son
medios para un fin.
Dice el
Maestro Alejandro Jodorowsky: “Uno no sabe nadar, el otro no sabe hacia dónde
nadar. Los dos se ahogan”. Tan importante es saber qué hacer, como saber para
que me sirve saber lo que sé, con qué propósito lo he incorporado a mi bagaje
de conocimientos.
Cuando
desconoces el propósito de tu vida, cualquier técnica que no te sirva para
realizarlo, es mero conocimiento acumulado, que se transforma eventualmente en
tiempo perdido. Si por ejemplo, tu misión es convertirte en pintor, ¿para qué
quieres aprender a componer una sinfonía? no es lo tuyo. Tu deberías aprender
cosas que te lleven a realizar esa misión elusiva, que siempre subyace en tu
interior y que si no la descubres y la llevas a la práctica, se pudre por
dentro y se refleja, en más de un sentido, en tu calidad de vida, en tu
satisfacción personal y aún en tu apariencia física.
Desafortunadamente,
hemos aprendido de nuestro entorno y de las personas que nos han educado
(amaestrado), que nuestras misiones de
vida son siempre las mismas para todos: Tener mucho dinero, tener una pareja,
tener una familia, y tener una salud amparada por seguros e instituciones
dedicadas a tal fin.
No obstante,
conocer tu misión de vida es una tarea prioritaria que debes de anteponer a
cualquier otra técnica o filosofía existencial. Si no sabes hacia dónde vas, de
qué te sirve conocer técnicas que no te llevarán a ninguna parte que sirva para
tu crecimiento espiritual y humano.
El viaje es
hacia adelante, pero indefectiblemente, tiene que ser un resultado del camino interno
que tengo que recorrer previamente para poder conocer mi interior, con todos
sus matices, virtudes y defectos. Si antes de todo no sé quién soy, de dónde
vengo y a dónde voy, cualquier técnica que adopte, por muy espiritual que
parezca, puede no sólo no ayudarme a obtener mis sueños, sino a llevarme en
sentido contrario.
No debemos
olvidar que dentro de nosotros vive algo que no es nuestro, al que hemos
llamado de muchas formas, entre otras, ego, y su deporte favorito es
bloquearnos por todos los medios posibles, para crecer y orillarnos a permanecer
en nuestra zona de confort indefinidamente. Cualquier técnica que aprendo para
lograr mis sueños, el ego también la aprende y la utiliza para distorsionar mis
resultados.
Antes de
comenzar a utilizar cualquier disciplina espiritual, esotérica, mágica, es
necesario recordar que la realidad se crea de dentro hacia afuera, y si mi “dentro”
está gobernado por algo que no soy yo, mis fuerzas estarán divididas y por
ende, también lo que obtenga.
Hasta que no me avoque a descubrir mi misión de vida y enfrente a ese pasajero que vive en mi interior, convenciéndolo de que trabaje para mí y no en mi contra (viaje interno), todo lo que me proponga tendrá resultados ambiguos. El camino es hacia adentro, y después como consecuencia, hacia afuera, porque hacerlo al revés, equivaldría a que intentáramos peinarnos, peinando a nuestra imagen que se refleja en el espejo en lugar de a nuestra propia cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario