El Sastre Real
La siguiente historia me fue contada por un amigo que desconoce su origen. Tratamos de ubicar la fuente sin éxito, por lo que no sabemos a quién darle crédito. He aquí una interpretación libre de la misma:
Había una
vez, en un reino muy lejano, un sastre. Era muy respetado y reconocido por
cuantos le conocían y la calidad de su trabajo era legendaria. Incluso, se daba
el lujo de rechazar trabajos y siempre se dedicaba únicamente a aquellos que le
apetecían.
En una
ocasión, recibió un lienzo de una finísima seda, que era una verdadera caricia
tocarla y su color azul celeste tenía un tono tan especial, que era un regalo
para los ojos de quien la veía. Entonces él pensó: “He aquí una seda, que es
digna de tocar el cuerpo de la mismísima reina. Voy a confeccionar un vestido
maravilloso, digno de su majestad, y seguramente seré aún más reconocido y mis
trabajos se cotizarán mucho mejor que ahora.”
Entonces
puso manos a la obra, y pacientemente, corte a corte y puntada tras puntada,
creo un vestido que era una verdadera obra de arte.
Orgulloso,
pidió una audiencia con la reina, y el día indicado, llegó a la corte real, llevando
consigo su preciada creación. Al llegar al salón del trono real, la reina lo
miraba desafiante y expectante a la vez. Sin dejar de verla directamente a los
ojos y con un orgullo que se notaba hasta en sus ademanes, el sastre presentó
su magnífica obra de arte: “Su majestad”, dijo arrogante, “He aquí que presento
ante vuestros ojos este maravilloso vestido hecho de una exquisita seda, que fue
confeccionado precisamente pensando en vos”. Al terminar de anunciarlo, sacó su
creación cuidadosamente del envoltorio y alzando su ceja izquierda, y levantando
ambos brazos, lo presentó ante la reina.
La reina y
toda la corte, quedaron en silencio por treinta largos segundos y un gesto de disgusto
se fue dibujando en el rostro de su majestad, al mismo tiempo que enrojecía del
coraje. Y sin más, explotó: “Pero ¿qué es esto tan horrible que traes ante mi
presencia? ¿Cómo te atreves a pensar que yo puedo usar semejante porquería? ¡Es
un verdadero insulto! ¡Eres un asco como sastre, y de ahora en adelante te prohíbo
que vuelvas a practicar tu profesión en mi reino! ¡Guardias, retírenlo inmediatamente
de mi vista!”
Expulsado
del palacio, triste y consternado, el sastre, caminó cabizbajo con su vestido
bajo el brazo de regreso a su casa mientras pensaba: “¡No entiendo nada! Pero
por dios, ¿Qué hice mal? ¡Este es el vestido más bello que he creado en toda mi
vida! ¿Qué es lo que me acaba de pasar? ¡No es justo!”
Sin poder
conciliar el sueño, el sastre se levantó a primera hora del día siguiente y fue
a ver al viejo más sabio del reino para pedirle consejo. Lo encontró
contemplando la salida del sol, lo cual él interrumpió diligentemente para
ponerle atención. El sastre le narró lo que acababa de pasar y el anciano lo
escuchó pacientemente.
El viejo le
dijo: “¿De verdad quieres hacer bien las cosas y remediar tu situación?” El
sastre le contestó: “¡Sí! ¡Más que nada en el mundo! ¡Por favor dime qué debo
hacer!”. El anciano lo miró dulcemente y le dijo: “Por el momento no te voy a
explicar el por qué, pero lo que tienes que hacer es regresar a tu casa,
descoser todo el vestido, pieza por pieza, y una vez que tengas todas las
partes separadas, lo vas a volver a coser y se lo vas a llevar de nuevo a la
reina. Yo sé que ahora no lo puedes entender, pero hazlo tal cual. Ten fe.”
El sastre
regresó a su casa más desconcertado aún e hizo exactamente lo que el anciano le
había sugerido: descosió el vestido y luego, lentamente volvió a coser parte
por parte. Cada puntada que daba, recordaba el rostro enrojecido de la reina y
a veces tenía que parar porque sus manos temblaban y el sudor asomaba a su frente.
Finalmente terminó, y angustiado, solicitó otra audiencia para ver a la reina.
Entró al salón
del trono, esta vez sin ver a nadie a los ojos, y con un caminar lento y temeroso.
Al llegar ante la reina otra vez, con voz y manos temblorosas y sin levantar el
rostro le dijo a la reina: “Su majestad, os traigo este vestido que confeccioné
con todo mi amor para vos. Sinceramente espero que sea de vuestro agrado”.
Lo sacó de
su envoltorio y alargó los brazos hacia la reina para presentárselo. En cuanto
lo vio, una gran sonrisa se dibujó en su rostro y exclamó: “¡Qué maravilloso
vestido me has confeccionado! ¡Qué obra de arte tan exquisita! ¡Eres de verdad
el mejor sastre que he conocido! ¡Denle a éste hombre un cofre de monedas de
oro y de ahora en adelante será nombrado el sastre oficial de la corte!“
Todos los
presentes irrumpieron en aplausos y el sastre estaba sorprendido y admirado. No
podía entender que acababa de pasar. Salió del palacio absolutamente intrigado:
“¿Qué fue eso? ¡No comprendo nada! ¡Pero si era el MISMO vestido!”
A primera
hora del día siguiente, llegó agitado con el viejo sabio, que continuaba en su
práctica diaria de ver la salida del sol, y después de agradecerle el consejo y
contarle lo ocurrido le increpó: “¡No entiendo! ¿Qué fue lo que pasó? ¡Era
exactamente el mismo vestido de la vez anterior! ¿Qué cambió?”
El viejo lo
miró con ternura y le explicó: “Efectivamente, el vestido era el mismo. Pero el
que entregó el vestido la primera vez, no era el mismo que lo entregó la
segunda. El primero era arrogante, altivo y sólo buscaba fama y fortuna. El segundo,
era sólo un humilde artesano, que logró olvidarse a si mismo y se entregó a su
obra de lleno. Lo único que le importaba era su creación artística más allá de
sí mismo. Todo lo que haces, todo lo que entregas, siempre va impregnado de lo
que hay en tu interior, por eso los resultados cambian, cuando cambias desde
dónde los haces”
FIN
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