Cuando el triunfo se convierte en
fracaso
¿Por qué hay
personas que se pasan toda su vida deseando algo que no consiguen, a pesar de
que no cesan de buscarlo? Y en el polo opuesto ¿Por qué hay quienes que cuando
por fin llegan a lograr su objetivo, el mundo se les viene encima y acaban peor
que cuando no lo alcanzaban?
A pesar de
que parece que estamos contemplando dos escenarios diferentes, la respuesta a
ambos guarda tanto en común que incluso se podría pensar que se trata de la
misma.
Ya de
entrada, la primera cuestión, nos permite “escuchar” que en sí misma, se oculta
la verdad, apenas disimulada por formas gramaticales que fácilmente pueden ser
develadas. Las personas que no cesan de “buscar” ese algo, están en realidad
siendo coherentes con lo que le informan a su universo, esto es, permanecen
“buscando” sistemáticamente, y no “encontrando” lo que desean lograr.
También hay
que considerar que el perpetuo estado de búsqueda, me proporciona una estupenda
justificación para poder “dormirme en mis laureles”, convirtiéndose en mi zona
de confort, y por ello cesar de dirigirme hacia mis objetivos deseados.
Un ejemplo
de esto podría ser el “Don Juan”, que siempre está en la búsqueda de la mujer
perfecta, pero la inexistencia de la misma, le conduce a medir a las mujeres
por sus incompatibilidades y no por sus virtudes, y por ello, a perpetuarse en
la búsqueda de eso que no llega y que lo mantiene auto justificado de continuar
teniendo “un amor en cada puerto”. Dicho sea de paso, esta actitud denota que
no es que no se encuentre a la mujer ideal, es que no se encuentra a sí mismo y
erróneamente, ubica la búsqueda en el exterior.
En el
segundo caso, la pregunta nos permite ahondar un poco más en los motivos del
triunfo convertido en fracaso. La primera consideración es la identificación
con la búsqueda como objetivo en sí misma, esto es, cuando “buscar” la
realización de algo ha pasado a formar parte de tu identidad, el hecho de
lograr consumar aquello que buscabas, traerá como resultado que al ganar, pierdas
identidad. Y ese estado, cuando no se prevé, es tan incómodo para la psique,
que diligentemente se apresura a bloquearte para evitar sufrir.
Tratando de ilustrar un poco esto, es como se
plantea la leyenda urbana que se cuenta de la viejita que tiene una tiendita de
abarrotes, y un cliente llega a comprarle toda la existencia de refrescos, por
que está dando una fiesta en su casa. Sorpresivamente, la anciana se niega a
vendérselos todos con el argumento de “¿Y luego que voy a vender?”.
La otra
parte a considerar en esto, se puede graficar con una pregunta: Lo que deseabas
alcanzar y ya lograste ¿era realmente un deseo tuyo o era una respuesta a
aquello que te han inculcado que debes aspirar como persona “normal”? No quiero
extenderme demasiado en esto, porque ya lo desarrollé ampliamente en el
artículo “El origen de tus deseos”, de esta misma columna.
En última
instancia, tanto el que tiene el miedo al éxito y por ello no se dirige a él,
como el que ya lo obtuvo pero le fue peor, comparten el mismo efecto de que el
éxito como tal, los estigmatiza, tanto en su falta como en su presencia. Y todo
ello se debe a un factor común que ambos deben evitar a toda costa: Visualizar
la meta como un final.
En realidad
las metas, cuando se alcanzan, no son el
fin de la carrera, son el principio de otro ciclo mayor que habremos logrado y
que aunque tendrá retos y exigencias mayores, las satisfacciones y el
aprendizaje que obtendremos, bien habrán valido el esfuerzo.
Incluso, la
vida misma es un ciclo que cuando llega a su aparente fin, es sólo el comienzo
de otro estado de conciencia diferente.
Nunca
olvides que al lograr tus sueños, su realización es meramente el principio de
un nivel más elevado de conciencia, y es comparable a una escalera que tienes
la misión de ascender. Nunca dejes de dirigirte hacia ellos, porque, en todos
aspectos, tu evolución personal depende justamente de ello.
¡Que
tengas un extraordinario fin de semana!
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