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Pero luego
algo ocurre, sin previo aviso. Un buen día sales a la calle y la gente te
empieza a decir “señor” o “señora” y te sorprendes tanto que te miras en el
espejo y entonces te das cuenta que tu cara y tu cuerpo ya comenzaron a mostrar
señales del paso del tiempo. Al principio no entiendes que sucedió, porque
internamente te sientes igual que cuando eras el “joven”, y hasta llega a
molestarte que se refieran así a ti.
A partir de
ahí comienza una lucha causada por la resistencia a envejecer, tratando de
contrarrestar los efectos del tiempo en el cuerpo. Existe toda una industria
cosmética que se mantiene precisamente, gracias a ese sentimiento. Los tintes,
las cremas, el ejercicio para conservar una figura juvenil, y hasta la cirugía
estética se convierten en herramientas indispensables para tratar de perpetuar
el estado de juventud que lenta e indefectiblemente, se va perdiendo.
Todo este
panorama es causado por una valoración errónea que habita en el inconsciente
colectivo: “La juventud es buena y la vejez es mala”. Este es uno de los factores de donde nace el
miedo a envejecer y todas sus consecuencias. Esta idea se mantiene debido a la
percepción lógica de que un viejo está más cerca del final que un joven, lo
cual se genera desde otro de los miedos más latentes en la psique, el miedo a
la muerte.
Para
englobar esta tendencia, se ha acuñado una palabra que resume este nuevo
paradigma: “Efebismo”, que se refiere a la preferencia por los jóvenes en cualquier
campo social. Su origen se remonta a la antigua Grecia, de donde proviene la
palabra “Efebo”, que significa adolescente. Y a su vez, adolescente es aquel
que “adolece” de algo, que carece de algo. En el otro extremo, “vejez” proviene
de “vejar” que quiere decir, maltratar, molestar, perseguir. Eso pone en
perspectiva la forma inconsciente en que la sociedad trata a los ancianos.
La
discriminación hacia los viejos, se hace patente en la tendencia de segregarlos
de todas las formas posibles. Si se tienen facilidades económicas, acaban en
asilos, o si no, se les orilla a la mendicidad, y en muchos casos se les
considera inútiles, improductivos y hasta estorbos. Tan es así, que el mundo
está diseñado para jóvenes sin tomar ya en cuenta a los ancianos, que “al fin y
al cabo ya van de salida”. No hay que olvidar la sentencia que reza, “Como te
veo, me vi, y como me ves te verás”.
Es de llamar
la atención, que tanto en las culturas antiguas que lograron una calidad de
vida envidiable para nosotros los “civilizados”, como en las que aún se
conservan estos conceptos, la vejez es apreciada y venerada como una cualidad y
no como un defecto, ya que por el hecho de haber vivido más, se obtiene uno de
los valores más ignorados por nuestra sociedad actual: la sabiduría. Eso queda
plasmado en el conocido refrán, “Más sabe el diablo por viejo, que por diablo”.
Curiosamente,
cierta parte de la juventud actual comienza a padecer enfermedades que antes
eran exclusivas de los viejos, todo el día están de genio, no hacen nada, se
aíslan, etc. Incluso ya se han reportado casos de Alzheimer juvenil. Ahora
existen más jóvenes-viejos que nunca antes.
La juventud
es maravillosa, pero es sólo una etapa de la vida, y todas las etapas tienen
algo muy valioso que enseñarnos. Si creemos que el esfuerzo para ”parecer” que
nos perpetuamos en una de ellas, nos va a dar las mismas ventajas que cuando
teníamos la edad que queremos representar, estamos tratando de “tapar el sol
con un dedo”. Después de todo, la edad es sólo la medida de tiempo que nuestra
conciencia ha pasado habitando el cuerpo físico, con la única misión de
aprender para evolucionar. Y en esto los ancianos tienen mucho que enseñarnos.
¡Que tengas
un feliz fin de semana!