Hablar de
celos en una relación de pareja, es referirnos a ese sentimiento de inseguridad
que no nos permite disfrutar de ella, debido a que, con o sin fundamento,
buscamos elementos que nos sirvan de “pruebas” para lograr convencernos de que la
infidelidad puede existir en potencia o en efecto. En cualquiera de ambos casos, el móvil que
rige mi actitud es la desconfianza.
Básicamente,
los celos son una manifestación de inseguridad, que polarizan mi visión de las
circunstancias, para hacerlas coincidir con todas aquellas presuposiciones
sobre mi pareja que me “demuestran” que estoy siendo traicionado por ella. Todo
me hace suponer que su atención está enfocada mucho más hacia otras personas o
circunstancias que hacia mí. Cuando los celos no son bloqueados a tiempo,
pueden llegar a convertirse en un estado obsesivo y enfermizo, que devora por
dentro a aquél que les permite que controlen sus actos.
Los celos
están ligados a la idea de posesión, que se muestra claramente en el uso del
lenguaje cuando nos referimos a la pareja: “MI esposo”, “MI novia”, “MI
pareja”, etc. Y la idea de posesión está fundamentada en el primer miedo
universal, que es el miedo al abandono, tal como ya lo habíamos tratado en el
artículo del mismo nombre. O sea, tengo necesidad de poseer a la persona,
porque si no lo hago, seguro que me abandonará para irse con alguien más y
acabaré quedándome sólo como siempre.
También hay
celos que se ubican fuera del tiempo de la relación actual, desplazándolos
hacia el pasado y el futuro. Existe un antiguo bolero, que Vicente Garrido
escribió en 1954 el cual fue posteriormente popularizado por Luis Miguel, “No
me platiques más”, que es un verdadero
himno a los celos. Al estar acompañado de una muy bella melodía, la letra
presenta un riesgo para la psique, que a fuerza de cantarlo repetidamente, se
va adhiriendo al subconsciente generando una respuesta automática errónea, que incluso
llega a considerarse una expresión de ternura: “Si tanto me cela, es que tanto
me ama”. Estas son algunas estrofas del mismo:
…Te
quiero tanto que me encelo, hasta de lo
que pudo ser, y me figuro que por eso, es que yo vivo tan intranquilo…
…Sé
que has tenido horas felices, aún sin estar conmigo…
…No
me platiques ya, déjame imaginar, que no existe el pasado y que nacimos, el
mismo instante, en que nos conocimos…
No obstante
la sabiduría popular nos advierte que basta con cambiar el enfoque de esa
postura, para entender que todo aquello es cuestión sólo de percepción: “Lo que
no fue en mi año, no fue en mi daño”.
Los celos,
tal como lo señalamos al principio, son un “sentí-miento”, “siento
y miento”, esto es, me miento a mí mismo con lo que siento y actúo en
consecuencia. Me convenzo tan fuertemente de que lo que presupongo es real, que
llega un momento en que no me cabe ni la menor duda que mis sospechas son
ciertas y doy por hecho mi drama mental.
También hay
que considerar, que todo aquello que vivimos afuera, es un reflejo de lo que
llevamos dentro. La desconfianza hacia
los otros es evidencia de la desconfianza hacia mí mismo. Si ni siquiera soy
capaz de confiar en mí, es imposible que pueda confiar en alguien más. En
última instancia, no puedo dar lo que no tengo.
Si todavía
crees que los celos son una expresión tierna de amor, sería bueno que te
cuestiones que tan conveniente puede ser cualquier relación, donde consideras a
la desconfianza como factor de prueba del cariño de alguien hacia ti.
¡Que tengas
un feliz fin de semana!
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