Este sitio te permitirá acceder a los artículos de Rigo Vargas publicados en el periódico "El Sol de León", en la columna del mismo título

miércoles, 14 de junio de 2023

 La Amistad Virtual sin Virtud

Con cuanta frecuencia, tus padres, tus parejas, tus maestros te han aconsejado que “a tus amigos debes escogerlos, que sean gente buena y triunfadora, porque si te juntas con perdedores, te puedes convertir en uno de ellos”. Esa idea, como concepto abstracto está muy bien intencionada, pero tiene pocas probabilidades de aplicación en la vida cotidiana.

Un amigo no se puede escoger, ni se puede forzar, ni se puede generar a voluntad. Imagina tu reacción si alguien se te acercara en la calle y te dijera que quiere ser tu amigo porque te admira. Lo que sí tenemos a nuestro alcance, es alejarnos de amigos con los que la relación ya dejó de tener afinidades y lugares comunes, así como cuando ya nada se puede aportar ni recibir.

A ese respecto, las redes sociales juegan un papel protagónico al tildar de “amigo” a una persona que probablemente ni siquiera conocemos y que, si nos lo cruzamos en la calle, no recibamos ni un saludo de cortesía. En ese sentido, el adjetivo de “amigo”, se convierte en un eufemismo para referirnos a un conocido o a un referenciado de alguien más, y eso es todo.

Los espacios virtuales, dan pie a que se le dé más importancia a la cantidad que a la calidad. Se busca entonces, tener la mayor cantidad posible de “amigos”, haciendo eco de la estrofa de Roberto Carlos que reza: “Yo quiero tener un millón de amigos, y así más fuerte poder cantar”.

Lo que nos lleva a entablar una amistad, es algo que los occidentales tenemos muy desvalorizado: la casualidad. Ésta es tan importante, que, si te pones a ver tu vida en retrospectiva, te vas a dar cuenta que las decisiones que han sido parteaguas en tu historia personal se han debido a la casualidad. Por ejemplo ¿por qué estás con tu pareja actual y no con otra?, ¿por qué estudiaste lo que estudiaste? Y ¿por qué tienes los amigos que tienes y no otros? Viene a colación la genial frase de John Lennon: “La vida es todo aquello que te ocurre, mientras te la pasas haciendo planes muy diferentes”.

La casualidad genera convergencia, y eso es lo que entrama que una persona se convierta en amigo de otra. No obstante, la conservación de la amistad sí depende directamente de nuestra interacción con los amigos. Es la planta que, si no la riegas y le das mantenimiento, se marchita.

En un meme que circula por internet, se lee: “En la vida es importante tener amigos que sean a la vez espejo y sombra. El espejo nunca miente, y la sombra nunca se aleja”. Aunque el amigo no siempre puede estar físicamente, su presencia se deja sentir y se sabe que contamos con él en cualquier circunstancia adversa.

A manera de auto-cita, en mi artículo “La Amistad Conveniente”, expuse lo que creo que mantiene la cohesión de una amistad, por lo que te lo comparto a continuación:

“Dicho de otra forma, la amistad se trata de dar sin esperar recibir, y recibir sin tener que dar nada a cambio. Pero el intercambio subsiste, aunque no sea el objetivo principal de esa relación y en la medida que continúe, la amistad sigue. En el momento que ya no puedo aportar nada ni recibir, el amigo sigue existiendo, pero cada vez más alejado, a veces en tiempo, a veces en espacio y al final en ambos. De este modo, la convergencia se transforma eventualmente en divergencia.

Es maravilloso darte cuenta de que un amigo “es aquél que te quiere a pesar de que te conoce”. Te acepta sin tratar de cambiarte, pero no es indiferente a tus defectos. La afinidad se impone y genera esos lazos que hacen que una amistad se solidifique con el paso del tiempo.

Un amigo es un aliado, un cómplice, un confesor y un consejero, todo a la vez. Aunque es cierto que los amigos verdaderos se cuentan con los dedos de una mano y sobran dedos, es precisamente esa particularidad la que los hace tan valiosos, por eso es tan importante cultivarlos y conservarlos. En última instancia, ellos forman parte de lo que llamamos capital social.”

Si consideramos todas estas aristas, resulta muy difícil poder llamar “amigo” a alguien que no tiene otro mérito, que aparecer en mi lista de contactos. En última instancia, la amistad, en nuestros días, se ha convertido en Virtual, en lugar de ser Virtuosa, y todo ocurre en el mundo de las apariencias y los espejismos sociales, que no nos permiten observar más allá de lo que vemos a simple vista.

Es menester cultivar a los amigos que te hacen crecer y alejarse de los que te hunden cada vez que los frecuentas. Si quieres ampliar tu círculo de amigos, lo que hay que hacer es algo muy simple: haz lo que tengas que hacer en tu día a día, desarrolla tu empatía y tu espíritu de servicio y siempre sonríe a los que se crucen contigo. Por afinidad vibratoria, los amigos irán llegando a ti cuando menos lo esperes.



sábado, 30 de junio de 2018

El Amor más Grande de Todos - Artículo Inédito


El Amor más Grande de Todos

Siempre que se habla de amor, tendemos a imaginar cuando menos dos personas, una que ama y la otra que es amada, y que en el mejor de los casos, responde de la misma manera. El desarrollo de la capacidad del ser para amarse a sí mismo, está minimizada y es menospreciada por la mayoría, incluso se llega a creer erróneamente, que “Si nadie me ama, es porque no merezco amor, por lo tanto no puedo amarme a mí mismo”, o bien, puesto en voz de la peligrosa invocación musical popular: “Nadie me quiere, todos me odian, mejor me como un gusanito”.

La realidad es que el proceso es exactamente al revés: si no aprendo a amarme a mí mismo ANTES que a nadie, es imposible que yo pueda amar a alguien más, porque sabemos de sobra que no podemos dar lo que no tenemos. Y más aún, si no podemos darlo, TAMPOCO podemos recibirlo, por lo que quedamos atrapados en un círculo vicioso que sólo puede romperse con conocimiento y entendimiento.

Se nos ha programado erróneamente que el acto de amar, es una respuesta sentimental a un estímulo externo, siempre condicionando lo que sentimos, a lo que nos “sucede” en el entorno. También se nos ha inculcado que nunca hay que hablar bien de nosotros mismos frente a los demás, por considerarse una manifestación de altanería y falsa superioridad, que debemos reprimir a toda costa, manifestando “humildad”, y siempre, anteponiendo al prójimo.

 Si en las mañanas te paras frente al espejo y no te gusta lo que ves, estás ante uno de los síntomas más acusados de desamor. Lo  primero que tienes que comprender es que ése que ves en el espejo, no eres tú realmente, es sólo el reflejo de tu templo temporal al que llamas “cuerpo”. Tú eres el observador que está detrás de tus ojos y de tus pensamientos. Esto no quiere decir que si algo de tu templo no te gusta no lo puedas cambiar, sólo que lo harás por amor y no como requisito para poder amarlo.

¿Qué tienes que hacer para amarte? Es muy simple, trátate a ti mismo como si fueras tu mejor amigo. Cuando estés frente al espejo, pregúntale a tu imagen: “¿Qué puedo hacer hoy para hacerte feliz?” La respuesta llegará indefectiblemente, y podrás actuar en consecuencia.

Sin embargo, el principal obstáculo lo tenemos ante la típica costumbre de nunca desear lo mismo que se ama, y por ende, nunca amar lo mismo que se desea. Esto que se origina en nuestra psique, tiene como directrices, amar lo familiar y desear lo diferente. Incluso puede llegar a ocurrir que el deseo de lo diferente sea tan grande, que orille a destruir a lo que se ama, para que no estorbe el camino hacia lo que se desea. Desear lo diferente, ocurre en cualquier área de la vida, y desafortunadamente, es parte de la naturaleza humana.

Por ejemplo, cuando vas en tu auto y ves pasar uno mejor que el tuyo, inmediatamente lo deseas, porque es diferente, sin embargo, te sientes encariñado al tuyo argumentándote que ya conoces “de que pata cojea” y “más vale malo por conocido que bueno por conocer”. Lo mismo pasa con tu casa, con tu pareja, con tu cuerpo y con todo aquello que conceptúas como “tuyo”.

En el otro extremo de esta polaridad, ese impulso también es usado por el ego en contra de nosotros mismos, cuando sobrepone el amor a lo familiar o conocido y evita el deseo por lo diferente, manteniéndonos en nuestra zona de confort, sin crecimiento y sin aspiraciones, llevándonos a vivir una vida rutinaria y conformista, sin crecimiento personal.

Creer que el amor es algo que “sucede” y que de pronto llegó Cupido y me flechó, es limitar mi capacidad de elegir a quién o a qué amar, y renunciar a mi derecho divino de amar a quien yo decida, o lo que yo decida amar. Finalmente, el amor es, en este sentido,  una decisión.

Al darte cuenta de que el amor depende de ti y no de alguien más, entonces ¿por qué te empeñas en amar lo que no te conviene y en despreciar lo que sí? Tal vez la respuesta está en el condicionamiento a creer que la vida es “un valle de lágrimas” o que hay que sufrir para merecer. Nada más errado y nocivo.

Si decides amarte a ti mismo a partir de ahora, implica un compromiso tan serio como en cualquier otra relación de amor. Hay que mantenerlo vivo y en crecimiento continuo, buscando siempre lo mejor de lo mejor para ti, sin escatimar esfuerzos. Porque finalmente, tú mereces todo lo bueno que la vida te ofrece sin importar que los demás piensen que es sólo egoísmo lo que te mueve.

A manera de conclusión, te comparto un fragmento de la hermosa canción de Whitney Houston, “El amor más grande de todos” (The Greatest Love of All)

“Decidí hace mucho tiempo, nunca caminar a la sombra de nadie,

Si fracaso, si tengo éxito,

Al menos viviré como yo creo

No importa lo que me puedan quitar

mi dignidad, nunca me la podrán arrebatar

Porque el amor más grande de todos

Me está ocurriendo a mí

Yo he encontrado el amor más grande de todos

Dentro de mí

El amor más grande de todos

Es fácil de alcanzar

Aprender a amarte a ti mismo

Es el amor más grande de todos”


lunes, 21 de mayo de 2018

La Alegoría del Colibrí Perdido - Artículo Inédito


La Alegoría del Colibrí Perdido


El otro día, al ir entrando a mi casa encontré a mi perro ladrando a algo que se había metido en la sala y que chocaba una y otra vez contra el techo. Era un colibrí que venía del jardín y que tal vez decidió explorar nuevos territorios, pero que en algún momento perdió el rumbo y la orientación por lo que no sabía cómo regresar a su ambiente natural. Estaba muy nervioso, por el entorno extraño, los ladridos y mi presencia;  lo único que quería era salir de allí a como diera lugar, pero la ansiedad no le permitía ver la ruta claramente.

Pensé que había dos formas de ayudarlo: una era tomarlo con mis manos y sacarlo al jardín, para que pudiera volar desde ahí, pero deseché la idea porque recordé que el corazón de los colibrís late tan rápido, que si los detienes de súbito, pueden morir entre tus dedos. La otra manera era espantándolo para que él solito se dirigiera hacia la puerta. Y eso hice: con la ayuda de una toallita suave de cocina que le lanzaba, lo iba espantando estratégicamente para que su vuelo errático y desesperado, lo dirigiera por fin a la libertad.

Entre los acosos caninos, la toallita y mis palabras cariñosas que le indicaban la salida, por fin pude lograr que el colibrí saliera volando hacia el jardín y continuara su huida frenética hacia el cielo nublado.

Toda esta escena me hizo reflexionar sobre lo que el pequeño colibrí había sentido, y cómo nos percibía a mi perro y a mí. Seguramente cuando se dio cuenta que se había perdido, lo invadió el miedo y comenzó a volar erráticamente, lo que le hacía golpear el techo repetidas veces y por supuesto, lastimarse. Cuando mi perro le empezó a ladrar, su agitación se tuvo que incrementar dramáticamente, lo que le llevaba a golpearse cada vez más fuerte, y cuando aparecí yo en escena, y le lanzaba la toallita suave, de seguro sintió pánico al creer que su vida corría un peligro enorme y que lo queríamos atrapar, cuando mi única intención era ayudarlo a salir en la dirección correcta.

Entonces entendí que aquí había una enseñanza que se podía aplicar a la vida de cualquiera de nosotros, y que al estar conscientes de ella, nos daría una perspectiva muy liberadora, de las vicisitudes de la existencia.

¿Cuántas veces te has sentido perdido y que no encuentras la salida? ¿No te ha ocurrido que cuando más perdido estabas, más cosas “malas” te suceden? Y te quejas amargamente de tu mala suerte y maldices a la vida por ensañarse contigo como si fueras un “Job bíblico” de turno.

No es que tu energía estaba vibrando tan bajo, que atrajiste todos esos eventos “desafortunados”. No es que tenías un karma que te estaba cobrando deudas pendientes. No es que Dios te esté castigando con una racha de mala suerte. No es nada de eso. Lo único que estaba ocurriendo es que el universo tuvo la amabilidad de “espantarte” para que encontraras la salida. Sólo que estabas tan ansioso que en lugar de ver a donde apuntaba el “dedo” que te señalaba el rumbo, te quedaste mirando si la uña estaba sucia y si estaba mal cortada.

Los eventos que nos van obligando a cambiar rumbo en la vida, obedecen a una “coreografía divina” que nos va ubicando en el lugar que tenemos que estar y con quien tenemos que estar. En la medida que oponemos resistencia, es el grado de dificultad que tenemos para aceptarlos, asumirlos y actuar en consecuencia. Normalmente nos gana la ansiedad y las decisiones que vamos tomando desde ahí, nos llevan a cometer un error tras otro, como el pobre colibrí que se lastimaba él solo, golpeándose contra el techo.

Ni se trata de ser indolente ante los reveses, ni tampoco de paralizarse ante ellos. La idea es movernos al compás que van marcando las circunstancias y en lugar de resistirnos a ellas, fluir con ellas y aprovechar la fuerza de empuje que traen aparejada. Cuando un suceso que calificas de “negativo” te ocurre muy frecuentemente, se convierte en una señal que está marcando un rumbo que te conviene seguir, si no, la señal va aumentando su intensidad y te podría llevar a un punto de no retorno por no atenderla a tiempo.

Por ejemplo, si tu trabajo ya no te satisface por cualquier motivo, y todo te empieza a salir mal ahí, llegó el momento de buscar y encontrar otra fuente de ingresos, que además de todo, te dé paz. Lo mismo se puede aplicar a cualquier relación de tu vida o a cualquier circunstancia que se te presente bajo ese mismo cuadro. La regla de oro, en cualquier caso, es encontrar paz y armonía, aún en un entorno caótico e incierto.

Si yo hubiera sabido hablar el idioma del colibrí, le habría explicado que lo único que quería era ayudarlo a salir al jardín de nuevo y no lo tomaría como una agresión sino todo lo contario. Pero ni yo sé hablar su idioma, ni el universo sabe hablar el nuestro, por eso a veces se comunica con nosotros a través de los “problemas” que nos van surgiendo en el camino, pero no para sufrirlos pasivamente, sino para ir aprendiendo de ellos e ir entendiendo que nos están encaminando a un lugar diferente para nuestro propio bien, aunque tanto nosotros, como el colibrí, no lo podamos ver de esa manera.

Con esta consciencia, de ahora en adelante que te sientas perdido y maltratado por la vida, primero, no le pongas resistencia, porque no te conviene actuar ansiosa y erráticamente. Todo aquello a lo que te resistes, persiste. Se trata de “agarrar el toro por los cuernos” y hacer lo que hay que hacer sin quejarse. Lo mejor es ir aprovechando las fuerzas de cada situación para movernos en la dirección correcta. Si no diriges tus pasos haciendo caso de las señales que el universo usa para encaminarte, el resultado puede ser catastrófico, como cuando se te enciende una luz de advertencia de tu auto y no le das importancia. Lo mejor es siempre dejarte llevar por esa Inteligencia Divina que todo lo orquesta, porque de esa manera, eventualmente, serás conducido a sentirte libre y en paz volando hacia el cielo azul, tal como lo hizo ese pequeño colibrí del que tanto aprendí.




domingo, 6 de septiembre de 2015

Crónicas de un maestro inesperado. Richard Martín habla - Artículo Inédito


Crónicas de un maestro inesperado. Richard Martín habla

Hace algunos días, 2 buenas amigas y yo, fuimos a visitar a un médico herbolario muy conocido en nuestra localidad. La idea era hacerle algunas consultas relacionadas a su especialidad. Cuando llegamos, Richard Martín, nos recibió muy amablemente y con paciencia y sus casi dos metros de estatura, escuchó las preguntas que le teníamos y nos contestó explicándonos ampliamente y con un lenguaje sencillo de entender, no obstante su acento “gringo” heredado del inglés que aprendió a hablar en su tierra natal: Jamaica.

Sin embargo, algo extraño ocurrió durante nuestra visita: Richard vio o sintió algo en nosotros y súbitamente su charla se tornó en una diferencial reflexión sobre filosofía de la vida y principios espirituales, que muy apasionadamente nos compartió. Su horario de consulta matutino, termina a la 1 p.m. pero eran ya las tres de la tarde y las interesantísimas analogías y lecciones seguían brotando, como si nada.

Desafortunadamente, el tiempo se nos vino encima y tuvimos que retirarnos, pero en orden de honrar aquello tan valioso que nos compartió y preservarlo para quién le pueda servir, me di a la tarea de elaborar esta pequeña reseña de aquella charla que tuvimos el privilegio de escuchar. Espero que te sirva tanto como a nosotros.

La Analogía de la alberca: Cuando no hay viento, una alberca está en paz. Puede estar vacía y llena al mismo tiempo. Esto ocurre porque a pesar de estar llena de agua, está vacía de peces o personas que nadan en ella. Si en esas condiciones  me acerco a la superficie de la misma, encontraré que es similar a un espejo y es en ese momento que puedo ver con claridad, mi imagen reflejada. Por el contrario, si la alberca está en movimiento por el viento y alguna persona está nadando ahí, entonces mi imagen no podrá reflejarse, debido a la tribulación que presenta.

Al igual que la alberca, para poder conocerme, necesito estar en paz, y un camino hacia eso es la meditación: aquietar los pensamientos y la tribulación de la mente y así poder conocer a mí yo verdadero. Si permaneces en un estado constante de actividad, por tu trabajo o tus ocupaciones, y no te das tiempo para estar en comunión contigo mismo, tal vez nunca llegues a saber quién eres en realidad y confundas tu verdadera esencia divina con el personaje que interpretas día a día. Vacíate de "rumia mental" y llénate de paz.

La montaña: Cuando veo una montaña a lo lejos y me propongo escalarla, entenderé que aquello que me separa de la cima es espacio, y en orden de poder recorrerlo, necesito tiempo. Entiendo entonces que el concepto de espacio y tiempo, no están separados, sino que representan una unidad.

Una vez que he tomado la decisión de hacerlo, tendré que pasar valles, cruzar ríos, abrirme paso entre la maleza… y si no dejo de dirigirme hacia mi objetivo, eventualmente llegaré. Pero cuando esté en la cima, me daré cuenta de que lo único que necesité para cubrir la distancia fue tiempo, y por supuesto, los tres factores que tendré que poner en juego para lograr cualquier cosa que me proponga en la vida: Paciencia, para no dejarme vencer por la espera, Perseverancia, para que la justificación no me derrote y finalmente Persistencia, para que las circunstancias del camino no me frenen.

Los zapatos forzados: Imagina a una mujer que calza del 5. Un día, caminando por un centro comercial, descubre unos hermosos zapatos que le fascinan. Sin pensarlo, entra en la tienda y pide al dependiente que se los muestre. Él regresa de la bodega con una mueca de angustia, porque resulta que sólo tiene del número 4 ½. En ese modelo, no llega hasta el 5. Ella le pide que se los muestre de todas maneras. Al probárselos, se da cuenta que le aprietan, pero están tan bonitos y se le ven tan bien que decide llevárselos aun así.

Un día, la mujer es invitada a una fiesta, a la cual decide llevarse aquellos hermosos zapatos, pero durante su estancia ahí, pasa una de las peores noches porque sus pies están siendo inmisericordemente castigados por la presión excesiva de esos zapatos que tan bien se le ven.

Cuando te empeñas en no hacer aquello para lo que te encarnaste, sino lo que los otros (padres, hermanos, maestros, sacerdotes, amigos, etc.) han escogido para ti, es exactamente como si usaras zapatos que no son de tu medida. Tal vez tengas notoriedad, fama y dinero, pero nada de eso sirve para cumplir tu misión en la vida, que está delineada en tus aptitudes, brillos y miedos. Al nacer, traes la información genética precisa que dicta que punto calzarás y para qué eres bueno en esta vida. Descubrir tu propósito, no es tan diferente de averiguar la medida de tu calzado, porque si compras de un punto diferente al tuyo, te molestará lo mismo que si no te dedicas a hacer lo que viniste a hacer a este plano. Usar el punto exacto de calzado, otorga la misma paz a mis pies que entregarme a mi misión personal. Después de todo, y como decía sabiamente Lao-Tsé: “Si te dedicas a hacer lo que te gusta, nunca más trabajarás en tu vida”

El origen del patito feo: Todos conocemos aquél cuento infantil del huevo de cisne que se pierde y es empollado por una pata en su nido. Al nacer el pequeño cisne, se veía diferente de sus hermanos patitos, por lo que es despreciado y relegado, hasta que crece y se convierte en un magnífico cisne, que en realidad siempre fue, sólo que no se había dado cuenta, debido a sus circunstancias.

Esa bella fábula de Hans Christian Andersen, y que fue publicada en 1843, encierra grandes enseñanzas sobre la autoestima. Lo interesante es que su autor se inspiró en él mismo para escribirla. El Sr. Andersen era un hombre de aspecto muy grotesco. La gente le rehuía y evitaba a toda costa estar cerca de él.

Sintiéndose despreciado, en algún momento de su solitaria vida, descubrió que tenía un don innato para contar historias a los niños que lo esperaban gustosos para escucharlo. Al descubrir su brillo, descubrió su valor y de esa forma dejó de ser “el patito feo”.

En algún momento de nuestras vidas, todos nos hemos sentido ese “patito feo”, porque no cumplimos los requisitos que otros nos han impuesto que debemos ser. Si encontramos nuestro brillo personal, nuestras cualidades innatas, aquello que podríamos hacer por horas y horas sin sentirlo, entonces y sólo entonces nos convertiremos en ese bello cisne que vive encerrado dentro de nosotros.

La rama del árbol y el gato: En una ocasión, un gato era perseguido por una jauría de perros. Desesperado el pobre felino, trepó como pudo a un pequeño árbol, que tenía la forma de una caña de pescar: era poco grueso de la parte baja, tronco y raíz, pero se iba haciendo cada vez más delgado hacia la punta. El gato se refugió en una de las ramas centrales del árbol, donde se sentía a salvo de sus perseguidores caninos. Los perros, sintiéndose burlados, le ladraban cada vez más agresivamente. Esto provocó tanto miedo en el pobre gato, que decidió subir más hasta llegar a la punta del árbol, donde seguramente se sentiría más protegido.

Sin embargo, al llegar a la punta que era muy delgada, el arbolito se dobló con el peso del gato, quedando al ras del suelo y al alcance de sus perseguidores, que inmediatamente aprovecharon el descuido y se abalanzaron sobre él, despedazándolo casi al instante.

En la vida hay que saber situarse en la rama correcta que representa el justo medio, pues como dice el refrán: “ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”. Si pretendes ir más allá de tu punto de equilibrio, entonces tienes el riesgo de que, tal como al gato, seas devorado por aquello que tratabas de evitar, y por ende, tu solución se convierta en problema, y al final acabes peor que como estabas al principio. Después de todo, el virtuoso es aquel que logra ubicarse en el punto medio exacto de cualquier cosa, sin desviarse a los extremos.

La relatividad del peso de lo que cargas: Visualiza un objeto pequeño, que quepa en la planta de tu mano. Puede ser cualquier cosa como una naranja, un bolígrafo o un pequeño florero. Si tomas ese objeto entre tus manos, te darás cuenta que es sumamente ligero y por tanto, cargarlo no representa un desafío para ti. Lo haces con toda naturalidad. No obstante, si ese mismo objeto, lo pones en tu palma abierta y con el brazo estirado, ¿Cuánto tiempo podrías sostener su peso de esa forma? Te animo a que pruebes. La fuerza de tu brazo al estirarse más el peso del objeto en tu palma, no te permitirá aguantar mucho tiempo y terminarás rindiéndote. Y aquel objeto pequeño lo percibirás tan extraordinariamente pesado, como nunca lo hubieras imaginado.

En la vida las cosas funcionan exactamente igual. ¿Por qué hay cosas que a algunas personas se les hacen tan extraordinariamente difíciles de sobrellevar, cuando a otras parece no costarles trabajo? Dependiendo del ángulo en el que decidas percibirlas, así será la carga ligera o pesada que manifiestes en tu existencia.

La falla del maestro: En una ocasión, un maestro tibetano le enseñaba a un alumno sus habilidades para tirar con arco y flecha. Su puntería era asombrosa, pues no erraba una sola vez al blanco. En seguida, le pidió a su pupilo que le vendara los ojos. Cuando el maestro intentó acertar, el esfuerzo fue totalmente nulo. Ni una flecha había caído siquiera cerca del objetivo. El alumno anunció aquello con una cierta ironía en el tono de su voz, a lo que el maestro le contestó: “Si tus ojos no pueden ver hacia dónde estás tirando, es muy posible que nunca aciertes a tus objetivos, tanto si no utilizas tus ojos físicos, como el ojo de tu mente, siendo éste el que más importa cuando quieres lograr algo. Siempre visualiza lo que quieres antes de dirigirte hacia eso. En aquello que se concentra el ojo de tu mente, eventualmente será aquello que verán tus ojos físicos”.

En Resumen: Cultiva la paz interior para conocerte a ti mismo. Meditar es una forma de hacerlo. Es importante saber quién eres realmente, más allá de los roles, géneros y ocupaciones, para que así puedas llevar a cabo tu misión personal en este plano. No importa la apariencia que tengas, sino que tu desempeño sea congruente con aquella misión.

Cualquier cosa que quieras lograr en la vida, primero tiene que ser visualizada en la mente, para poder manifestarla en lo denso. Es también muy importante recordar que hay tres actitudes necesarias para manifestar tus propósitos: Paciencia, Persistencia y Perseverancia. Aprende a cargar aquello que quieras llevar contigo, es sólo cuestión de cómo decides percibirlo.

En cuanto tus objetivos sean alcanzados, entonces mantente ubicado en un punto de equilibrio que no se desfase de aquello que siempre anhelaste. Más vale vivir bien y en paz, que con muchos lujos y sin tiempo ni tranquilidad para poder disfrutarlos.


domingo, 28 de junio de 2015

¿Tienes Aspiraciones Espirituales? - Artículo Inédito




La inmensa mayoría de la gente, cree que tener aspiraciones se limita al reino de lo físico, del dinero y las posesiones materiales. Tan es así, que he escuchado a alguien quejarse de las personas que no tienen aspiraciones porque “cómo es posible que no quieran tener más cosas”. Confunden el “ser” con el “tener”. El “ser” propicia el “tener” como efecto, pero el “tener” jamás generará al “ser”. O dicho de otro modo: “El hábito no hace al monje”.

Dependiendo de tu nivel de consciencia, es la estatura que tendrán tus aspiraciones, deseos y anhelos. Mientras más elevado sea ese nivel, más extraños le parecerán a la gente que te rodea, tus metas. Recuerdo una frase de Nietzsche que decía: “Mientras más alto volamos, más pequeños parecemos a los que aún no pueden hacerlo”.

Desear tener cosas materiales no es malo, lo malo es que se ubique ese deseo como lo más elevado a lo que puede ascender un ser. Si consideras que todas las posesiones que van llegando a tu vida son las que te definen, entonces tu valor depende de un montón de objetos acumulados.

Tal como lo ubica genialmente Paulo Coelho: “No midas tu riqueza por el dinero que tienes, mídela por aquellas cosas que no cambiarías por dinero”. Comprender esto, es comprender que lo más importante que tienes en la vida, no tiene precio, ni se cotiza en la bolsa de valores. 

Cuando has subido algunos peldaños en la escalera infinita de la consciencia, las cosas se empiezan a ver de manera muy diferente. Desafortunadamente, el despertar a ese estado no es sencillo y requiere de algún esfuerzo. A veces, un evento trágico que te ocurre en la vida, de esos que han llamado “noche oscura del alma”, te hace despertar violentamente de tu zona de confort y de súbito te cambia la percepción. Sin embargo, después de una caída, la forma en que la tomes, determinará la forma en que te levantes de la misma, si es que quieres levantarte.

También tendrás que entender que siempre has estado dominado por el ego y si no aprendes a ponerlo a trabajar a tu favor, él siempre trabajará diligentemente en tu contra y todo lo que vives y aprendes que te sirve para crecer, él lo usará para todo lo contrario, sobre todo cuando se trata del crecimiento personal, que tanto lo asusta.

Así mismo, es menester establecer una diferencia importante en cuanto al concepto de “espiritualidad”. Se tiende a confundir con el concepto “religión”, aunque no es lo mismo. La religión se encarga de la relación con Dios, y la espiritualidad se encarga de la relación con tu propio espíritu. Se trata de hacer un viaje al interior de ti y comprender la verdadera esencia de tu ser, independientemente de la religión que profeses.  En ese sentido, la religión establece que acercarte a Dios salvará tu alma, pero cultivar la espiritualidad se encargará de que esa alma tenga calidad.

Para ilustrar un poco más todo este asunto, te propongo algunos ejemplos de aspiraciones materiales  y luego, haciendo contraste,  otras espirituales, para facilitar el entendimiento por diferencia.

Ejemplos de Aspiraciones Materiales:
Terminar mi carrera
Comprar un auto o una casa
Poner un negocio
Conseguir un trabajo

Ejemplos de Aspiraciones Espirituales:
Elevar mi nivel de consciencia
Generar mi propia realidad
Convertir al ego en mi aliado
Descubrir mi misión personal en esta existencia
Aprender a liberarme de apegos

Como ves, la diferencia entre ambas es abismal. Las materiales son siempre tangibles y del reino de lo denso, a diferencia de las espirituales que son mucho más sutiles, pero, a mi parecer, mucho más importantes porque determinan el rumbo de tu existencia.

No existe un catálogo de algún tipo de aspiraciones, ni hay unas mejor que otras. En ambos casos tendrán que estar sujetas a tu propio deseo y a tu voluntad y persistencia.

 La buena noticia es que si procuras tus propias aspiraciones espirituales, las materiales llegarán por añadidura. La ley de correspondencia establece que: “Como es arriba, es abajo. Como es adentro, es afuera”. Si cambias tu percepción de las cosas, entonces las cosas cambian. Al trabajar con lo que tienes en tu interior, el exterior, por reflejo cambiará. 

Pero, como siempre, tú tienes la última palabra, sin dejar de considerar que esa palabra depende directamente de tu nivel de consciencia y de la influencia del ego, porque tal como Buda decía: “¿Quién mueve tu lengua cuando hablas?”