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domingo, 16 de febrero de 2014

El Sastre Real - Artículo Inédito


El Sastre Real

La siguiente historia me fue contada por un amigo que desconoce su origen. Tratamos de ubicar la fuente sin éxito, por lo que no sabemos a quién darle crédito. He aquí una interpretación libre de la misma:


Había una vez, en un reino muy lejano, un sastre. Era muy respetado y reconocido por cuantos le conocían y la calidad de su trabajo era legendaria. Incluso, se daba el lujo de rechazar trabajos y siempre se dedicaba únicamente a aquellos que le apetecían.
En una ocasión, recibió un lienzo de una finísima seda, que era una verdadera caricia tocarla y su color azul celeste tenía un tono tan especial, que era un regalo para los ojos de quien la veía. Entonces él pensó: “He aquí una seda, que es digna de tocar el cuerpo de la mismísima reina. Voy a confeccionar un vestido maravilloso, digno de su majestad, y seguramente seré aún más reconocido y mis trabajos se cotizarán mucho mejor que ahora.”

Entonces puso manos a la obra, y pacientemente, corte a corte y puntada tras puntada, creo un vestido que era una verdadera obra de arte.
Orgulloso, pidió una audiencia con la reina, y el día indicado, llegó a la corte real, llevando consigo su preciada creación. Al llegar al salón del trono real, la reina lo miraba desafiante y expectante a la vez. Sin dejar de verla directamente a los ojos y con un orgullo que se notaba hasta en sus ademanes, el sastre presentó su magnífica obra de arte: “Su majestad”, dijo arrogante, “He aquí que presento ante vuestros ojos este maravilloso vestido hecho de una exquisita seda, que fue confeccionado precisamente pensando en vos”. Al terminar de anunciarlo, sacó su creación cuidadosamente del envoltorio y alzando su ceja izquierda, y levantando ambos brazos, lo presentó ante la reina.

La reina y toda la corte, quedaron en silencio por treinta largos segundos y un gesto de disgusto se fue dibujando en el rostro de su majestad, al mismo tiempo que enrojecía del coraje. Y sin más, explotó: “Pero ¿qué es esto tan horrible que traes ante mi presencia? ¿Cómo te atreves a pensar que yo puedo usar semejante porquería? ¡Es un verdadero insulto! ¡Eres un asco como sastre, y de ahora en adelante te prohíbo que vuelvas a practicar tu profesión en mi reino! ¡Guardias, retírenlo inmediatamente de mi vista!”
Expulsado del palacio, triste y consternado, el sastre, caminó cabizbajo con su vestido bajo el brazo de regreso a su casa mientras pensaba: “¡No entiendo nada! Pero por dios, ¿Qué hice mal? ¡Este es el vestido más bello que he creado en toda mi vida! ¿Qué es lo que me acaba de pasar? ¡No es justo!”

Sin poder conciliar el sueño, el sastre se levantó a primera hora del día siguiente y fue a ver al viejo más sabio del reino para pedirle consejo. Lo encontró contemplando la salida del sol, lo cual él interrumpió diligentemente para ponerle atención. El sastre le narró lo que acababa de pasar y el anciano lo escuchó pacientemente.
El viejo le dijo: “¿De verdad quieres hacer bien las cosas y remediar tu situación?” El sastre le contestó: “¡Sí! ¡Más que nada en el mundo! ¡Por favor dime qué debo hacer!”. El anciano lo miró dulcemente y le dijo: “Por el momento no te voy a explicar el por qué, pero lo que tienes que hacer es regresar a tu casa, descoser todo el vestido, pieza por pieza, y una vez que tengas todas las partes separadas, lo vas a volver a coser y se lo vas a llevar de nuevo a la reina. Yo sé que ahora no lo puedes entender, pero hazlo tal cual. Ten fe.”

El sastre regresó a su casa más desconcertado aún e hizo exactamente lo que el anciano le había sugerido: descosió el vestido y luego, lentamente volvió a coser parte por parte. Cada puntada que daba, recordaba el rostro enrojecido de la reina y a veces tenía que parar porque sus manos temblaban y el sudor asomaba a su frente. Finalmente terminó, y angustiado, solicitó otra audiencia para ver a la reina.
Entró al salón del trono, esta vez sin ver a nadie a los ojos, y con un caminar lento y temeroso. Al llegar ante la reina otra vez, con voz y manos temblorosas y sin levantar el rostro le dijo a la reina: “Su majestad, os traigo este vestido que confeccioné con todo mi amor para vos. Sinceramente espero que sea de vuestro agrado”.

Lo sacó de su envoltorio y alargó los brazos hacia la reina para presentárselo. En cuanto lo vio, una gran sonrisa se dibujó en su rostro y exclamó: “¡Qué maravilloso vestido me has confeccionado! ¡Qué obra de arte tan exquisita! ¡Eres de verdad el mejor sastre que he conocido! ¡Denle a éste hombre un cofre de monedas de oro y de ahora en adelante será nombrado el sastre oficial de la corte!“
Todos los presentes irrumpieron en aplausos y el sastre estaba sorprendido y admirado. No podía entender que acababa de pasar. Salió del palacio absolutamente intrigado: “¿Qué fue eso? ¡No comprendo nada! ¡Pero si era el MISMO vestido!”

A primera hora del día siguiente, llegó agitado con el viejo sabio, que continuaba en su práctica diaria de ver la salida del sol, y después de agradecerle el consejo y contarle lo ocurrido le increpó: “¡No entiendo! ¿Qué fue lo que pasó? ¡Era exactamente el mismo vestido de la vez anterior! ¿Qué cambió?”
El viejo lo miró con ternura y le explicó: “Efectivamente, el vestido era el mismo. Pero el que entregó el vestido la primera vez, no era el mismo que lo entregó la segunda. El primero era arrogante, altivo y sólo buscaba fama y fortuna. El segundo, era sólo un humilde artesano, que logró olvidarse a si mismo y se entregó a su obra de lleno. Lo único que le importaba era su creación artística más allá de sí mismo. Todo lo que haces, todo lo que entregas, siempre va impregnado de lo que hay en tu interior, por eso los resultados cambian, cuando cambias desde dónde los haces”

FIN

domingo, 2 de febrero de 2014

El Barco sin Destino - artículo inédito

El barco sin destino

Cuando decidimos ampliar nuestros horizontes cognoscitivos y vivenciales y nos embarcamos en la búsqueda de caminos diferentes que conducen a realidades ocultas que ni sospechábamos que existían, ocurre con mucha frecuencia que terminemos confundiendo las islas con tierra firme y no continuemos caminando por creer que ya hemos llegado.
Aprender a cantar mantras, a manejar la energía, a programar la mente, a activar los chakras, a despertar la energía kundalini, a practicar Reiki, a programar el agua, etc. son algunos de tantos métodos que nos sirven para rozar con aquél mundo misterioso e intrigante del conocimiento oculto.

Existen un sinfín de técnicas y enseñanzas, que se ajustan al bolsillo del postulante, y aún las hay completamente gratis y con contenidos parecidos. Desafortunadamente hemos llegado a creer, que si no nos cuesta, no sirve. Generalmente, lo más simple es lo mejor. Con un poco de criterio, en internet podemos encontrar gran cantidad de información publicada gratuitamente, que nos enriquece en aquella búsqueda de lo desconocido.
No obstante, existe una consideración muy importante que tenemos que hacer, antes, durante y después de haber utilizado todas las técnicas habidas y por haber: ¿Para qué queremos todo aquel arsenal, si no sabemos hacia donde nos dirigimos? Si aún no sabemos cuál es la misión de nuestra vida, podemos llegar a fascinarnos con las herramientas y  perder de vista que son medios para un fin.

Dice el Maestro Alejandro Jodorowsky: “Uno no sabe nadar, el otro no sabe hacia dónde nadar. Los dos se ahogan”. Tan importante es saber qué hacer, como saber para que me sirve saber lo que sé, con qué propósito lo he incorporado a mi bagaje de conocimientos.
Cuando desconoces el propósito de tu vida, cualquier técnica que no te sirva para realizarlo, es mero conocimiento acumulado, que se transforma eventualmente en tiempo perdido. Si por ejemplo, tu misión es convertirte en pintor, ¿para qué quieres aprender a componer una sinfonía? no es lo tuyo. Tu deberías aprender cosas que te lleven a realizar esa misión elusiva, que siempre subyace en tu interior y que si no la descubres y la llevas a la práctica, se pudre por dentro y se refleja, en más de un sentido, en tu calidad de vida, en tu satisfacción personal y aún en tu apariencia física.

Desafortunadamente, hemos aprendido de nuestro entorno y de las personas que nos han educado (amaestrado),  que nuestras misiones de vida son siempre las mismas para todos: Tener mucho dinero, tener una pareja, tener una familia, y tener una salud amparada por seguros e instituciones dedicadas a tal fin.
No obstante, conocer tu misión de vida es una tarea prioritaria que debes de anteponer a cualquier otra técnica o filosofía existencial. Si no sabes hacia dónde vas, de qué te sirve conocer técnicas que no te llevarán a ninguna parte que sirva para tu crecimiento espiritual y humano.

El viaje es hacia adelante, pero indefectiblemente, tiene que ser un resultado del camino interno que tengo que recorrer previamente para poder conocer mi interior, con todos sus matices, virtudes y defectos. Si antes de todo no sé quién soy, de dónde vengo y a dónde voy, cualquier técnica que adopte, por muy espiritual que parezca, puede no sólo no ayudarme a obtener mis sueños, sino a llevarme en sentido contrario.
No debemos olvidar que dentro de nosotros vive algo que no es nuestro, al que hemos llamado de muchas formas, entre otras, ego, y su deporte favorito es bloquearnos por todos los medios posibles, para crecer y orillarnos a permanecer en nuestra zona de confort indefinidamente. Cualquier técnica que aprendo para lograr mis sueños, el ego también la aprende y la utiliza para distorsionar mis resultados.

Antes de comenzar a utilizar cualquier disciplina espiritual, esotérica, mágica, es necesario recordar que la realidad se crea de dentro hacia afuera, y si mi “dentro” está gobernado por algo que no soy yo, mis fuerzas estarán divididas y por ende, también lo que obtenga.
Hasta que no me avoque a descubrir mi misión de vida y enfrente a ese pasajero que vive en mi interior, convenciéndolo de que trabaje para mí y no en mi contra (viaje interno), todo lo que me proponga tendrá resultados ambiguos. El camino es hacia adentro, y después como consecuencia, hacia afuera, porque hacerlo al revés, equivaldría a que intentáramos peinarnos, peinando a nuestra imagen que se refleja en el espejo en lugar de a nuestra propia cabeza.