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domingo, 6 de enero de 2013

"El crédulo y el incrédulo", publicado el 06 de enero de 2013



El crédulo y el incrédulo

Cuando nos referimos a alguien como “crédulo”, lo que hacemos es utilizar una forma despectiva de conceptuar a una persona que todo lo cree sin constarle de forma personal aquello de lo que habla. En el fondo, al crédulo se le ubica como “ingenuo” y poco inteligente. En el otro extremo de la misma línea se encuentra su antagonista, el incrédulo, al que se le define como el que no cree nada.

La postura del incrédulo y/o escéptico radical es, como ellos mismos ubican “dudar de todo”. Lo único que no queda claro es si “todo” los incluye a ellos mismos y a sus creencias. Se dedican a buscar las fallas en lo que perciben, considerando de entrada que todo tiene fallas. En cambio el crédulo, mantiene una actitud de aceptarlo todo sin comprobar nada, encontrando los aciertos en lo observado, y buscando en que se puede identificar con ellos.

Ambos tienen dificultades para salirse de su zona de confort. El crédulo, está muy a gusto absorbiendo todo sin investigar, mientras el incrédulo tiene dificultad para salirse de su mundo donde, según él, tiene todo resuelto tendiendo a rechazar o a tratar de explicarse de acuerdo a sus prejuicios, lo que se sale de sus fronteras.

Al enfrentarse a lo desconocido, el crédulo es propenso a aceptar todo aquello que percibe sin necesidad de entenderlo siquiera, el incrédulo por su parte, tiende a negarlo todo, formando argumentos para sostenerse en su duda. En esta parte, el crédulo es más susceptible de lograr hacer conocido lo desconocido, porque logra asimilarlo de forma transparente, con el riesgo latente, de que llegue a ser  perjudicial de alguna forma.

En última instancia, el incrédulo es esclavo de su mente, mientras el crédulo lo es del corazón. Se tiene tan despreciado al corazón como instrumento de percepción, que existe la creencia extendida que una persona así, es demasiado sensible y por lo tanto débil, lo contrario del que siempre atiende a su mente, que acaba auto-conceptuándose como “más inteligente que la situación”. 

La herramienta cognoscitiva que utilizamos para entender algo que no conocemos es la lógica, y por ello hemos llegado a creer que lo que no es lógico, no es verdadero. Si esto fuera cierto, no existiría la poesía, por ejemplo, que de lógica no tiene nada. Conceptos como “un instante eterno” o “la triste alegría”, hacen demasiado ruido mental para los lógicos. Ellos normalmente tienen dificultades para apreciar todo lo que no es “útil”, según sus propios términos. En este sentido un amante de lo lógico jamás podría entender a un bohemio, porque lo percibiría como “flojo” e “improductivo”.

El elemento ausente en ambas posturas es la fe. El crédulo no tiene fe en él mismo y se apoya en todo lo que está fuera de él. El incrédulo, desconfiado por naturaleza, carece de fe en todo lo externo a él y a sus creencias personales. El crédulo es una esponja que todo lo absorbe y el incrédulo es una piedra que todo se le resbala.

Ambas posturas son puntos extremos en los que debemos evitar caer si queremos ser virtuosos de nuestras creencias, del orden que éstas sean. Ninguna de las dos nos permite vivir en plenitud sino que nos limitan y nos inmovilizan. El escepticismo es sano hasta cierto punto y la confianza total puede llegar a ser peligrosa. Tengo que estar consciente que lo que hoy me parece una gran verdad, mañana puede ser puesto en duda.

Lo ideal es quedarnos con las dos fuerzas de ambas posturas para generar un punto medio donde ambas convergen. Esto es, abrirnos a toda clase de conocimientos nuevos, lógicos o no, pero cultivando la costumbre de investigar un poco más para lograr formarnos un criterio propio, que tiene que seguir siendo elástico y perfectible.

Si bien es cierto que la mente es como los paracaídas: que tiene que estar abierta para funcionar, también es cierto que la mente sin el corazón, es como un auto sin piloto. Ni hay que creerlo todo ciegamente, ni hay que cerrarse a lo que no está dentro de mis marcos de referencia. Después de todo, no hay nada más nocivo que la soberbia intelectual. Hay que aprender a cultivar la humildad cognoscitiva para poder crecer.

¡Que tengas un feliz año nuevo!

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