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domingo, 17 de noviembre de 2013

La Voz del Silencio - artículo inédito


La voz del silencio
Las grandes elevaciones del alma no son posibles, sino en la soledad y en el silencio
                                                                                                                                           Arturo Graf
Estar en silencio es un lujo que raramente se puede permitir el hombre “civilizado”. Nuestras ciudades son estrepitosas por excelencia y a excepción del lecho nocturno, el ruido nos acompaña a dondequiera que vayamos. Esa condición nos ha alejado de la voz interna que trata de hablarnos por todos los medios, pero que hemos aprendido a ignorar olímpicamente.
Los pensamientos, que son fuente de creatividad, inspiración y autoconocimiento, son sustituidos y opacados, a veces voluntariamente por el radio, la televisión o cualquier otro distractor al alcance de la mano y del control remoto. Posiblemente sea el miedo inconsciente de tener que escuchar nuestros propios pensamientos, lo que nos orilla a ignorarlos. Es lo que se ha llegado a conocer como “la voz de la consciencia”, que aflora en forma de ideas y sentimientos.
La creatividad se manifiesta en el silencio mayormente. Tal es el caso de Beethoven, quien compuso su mejor sinfonía estando sordo, aunque eso no quiere decir que la incapacidad auditiva sea deseable. Lo que sí lo es, es el silencio que me pone en comunión con mi espíritu que aprovecha para dejarse escuchar. En las culturas orientales se acostumbra la práctica de la meditación, que obtiene iguales resultados
Al margen de eso, el silencio tiene un lenguaje propio que hemos aprendido a interpretar, de acuerdo a las situaciones, tal es el caso del médico cuando tiene que dar la noticia a los familiares de que la cirugía terminó en tragedia. El silencio lo dice todo.
También está el caso inverso, en el que nos encontramos ante el umbral de algo que es muy difícil de comunicar y se complica el doble cuando nosotros somos los interrogados. En ese caso, la mirada se desvía, generalmente hacia abajo, como buscando leer en el piso la respuesta adecuada. Es entonces cuando se vive en carne propia aquel refrán que reza: “El que calla, otorga”.
Existen momentos de solemnidad, donde alguien pide un minuto de silencio en memoria del recuerdo de una persona fallecida. Ahí el silencio es interpretado como reverencia póstuma.
Pero los silencios más importantes se presentan cuando algo que consideramos injusto nos ocurre en la vida y no existen respuestas para las preguntas de siempre: “¿Por qué a mí?”, “¿Por qué ahora?”. Como si el saber las respuestas fuera el remedio a aquello que nos aqueja. Incluso cuando volteamos la cara al cielo exigiendo una explicación, la respuesta es siempre un silencio eterno.
Si la vida no nos responde es por una muy simple y sencilla razón, la respuesta siempre reside en el interior de nosotros mismos. Como observamos el efecto afuera, creemos que la respuesta se encuentra en el mismo lugar, pero eso equivale a olvidar que todo lo que es denso y tangible, proviene del mundo de lo sutil, del mundo de las ideas. Nada puede existir en el mundo de la forma, sin haber sido antes un pensamiento. Evidentemente, una vez materializado, hay que hacerle frente de la misma forma, pero para entender por qué está ahí, tenemos que conocer desde dónde se generó.
De la misma forma en que se le da a un niño pequeño una medicina amarga por su propio bien y en contra de su voluntad, a veces la vida nos pone en situaciones que no nos gustan y no entendemos, pero que tenemos que atravesarlas para aprender a resolverlas y disolverlas, porque de no ser así, la misma situación nos perseguirá a donde vayamos, sólo cambiando escenarios y personajes, con tal de enseñarnos aquello que precisamos aprender, y hasta que no lo hagamos, aquello seguirá presentándose una y otra vez.
Si el niño tuviera la capacidad suficiente para entender, no nos preguntaría por qué le damos aquello que sabe tan feo, sino PARA QUE se lo estamos dando. Y eso es exactamente lo que hacemos los adultos cuando el doctor nos receta algo, le cuestionamos para qué es cada medicina que nos ha mandado.
No obstante, cuando nos sentimos “injustamente” tratados por la vida y los “¿Por qué a mí?”, “¿Por qué ahora?”, se hacen presentes. Es entonces cuando la vida nos contesta con un irónico: “Interpreta mi silencio”, que sirve para recordarnos el “para qué” nos pasa lo que nos pasa.
Ese aislamiento e incomprensión existencial que sentimos en esos momentos, deben llevarnos a ver el cuadro completo y no sólo un fragmento de la historia. Claro está, a nadie nos gusta sufrir, pero en el entramado universal, incluso eso tiene una función importante, que aunque de momento no veamos cuál es su razón, eventualmente nos será revelado con el paso del tiempo. Tal es la forma de auto-explicarnos nuestra propia vida, cuando se observa en retrospectiva. Si somos minuciosos encontraremos que absolutamente todo lo que nos ha ocurrido, por insignificante que sea, nos va llevando de causa en consecuencia, muy al estilo del efecto dominó.
Y justamente, frente al silencio que experimento ante lo que considero injusto, recuerdo que lo similar cura lo similar y es precisamente por ello, que tengo que procurar mis propios momentos de silencio, para que mi espíritu se haga eco de todo aquello que lo causó desde lo sutil y lo psíquico y de paso me revele la mejor forma de enfrentarlo y superarlo.
Me encuentro entonces con que mi prerrogativa cambia de “¿por qué me pasa esto?” a “para qué” no obtengo respuestas, “para qué me pasa lo que me pasa”, y es exactamente ahí, donde voy a permitir que la voz del silencio del universo, converse con mi propio silencio y de ese diálogo resulte que yo obtenga todas las respuestas que necesite y al mismo tiempo mi alma se nutra.
Reserva unos pocos minutos de tu tiempo para estar en silencio todos los días, para que permitas que la voz del silencio te hable y te permita conocer el propósito mismo de tu existencia.

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